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NBA | ALL-STAR 2023

“Este Jordan me suena”: Salt Lake City y el lugar de la consagración del mito

El All-Star se celebra en la capital del estado mormón de Utah. Un lugar marcado por el esquí, los Jazz y el doloroso recuerdo del lanzamiento más icónico de la historia.

El All Star se celebra en la capital del estado mormón, marcada por el esquí, los Jazz y el doloroso recuerdo del lanzamiento más icónico de la historia.
NBA Photos/fernando medinaDIARIO AS

Fue Leonard Shelby, interpretado por un genial Guy Pierce, el que dijo en Memento eso de “no me acuerdo de olvidarte”. Y parece que es lo mismo que les pasa a los habitantes de Utah en lo referente a Michael Jordan y ese último tiro (The Last Shot) realizado ya un lejano 14 de junio de 1998. Y la explicación es mucho más sencilla que en ese galimatías de película de Christopher Nolan, tan original como compleja; al fin y al cabo, fue Jordan el que les privó de celebrar el éxito deportivo más grande de la historia del estado, uno al que no han vuelto a acceder en una ronda que jamás han vuelto a pisar y que les ha condenado al ostracismo al que pertenecían antes de la llegada de John Stockton, Karl Malone y los sueños de anillos que nunca llegaron: una franquicia competitiva y que consigue buenos resultados en regular season, pero que no consigue dar con la tecla en la fase final. Una entidad que hace muchas cosas bien, pero de la que nadie habla. Un quiero y no puedo de equipo que sigue compitiendo, pero perdido en un firmamento en el que tenían reservada una estrella que jamás llegaron a ocupar. Su incipiente brillo, a punto de emerger, lo tapó Jordan con un manto de nubes que les sumió en la total y perpetua oscuridad.

Han pasado casi 25 años de ese famoso tiro, de esa increíble gesta y, sobre todo, de la oportunidad perdida de los Jazz, el mayor entretenimiento deportivo que tiene Salt Lake City, la capital de un estado mormón de clima desértico y semiárido, cuyas temperaturas bajan ostensiblemente en invierno, cuando tiene algún tipo de atracción en lo referente al esquí y las oportunidades de practicarlo. Es de los pocos reclamos de una zona de Estados Unidos en la que hay poca vida: poca variedad en lo referente al ocio y mucha tranquilidad que, para las personalidades más inquietas, se convierte en aburrimiento. Fue Dennis Rodman el que, en esas Finales de 1998, pidió permiso a Phil Jackson entre el primer y el segundo partido (disputados en Utah) para viajar a Las Vegas ya que en Salt Lake City no se podía concentrar. Apostar cantidades ingentes de dinero en el casino, beber copas y fumar cigarrillos era la manera de focalizarse de un jugador que como persona era indescifrable. Y contó con el permiso de su sabio entrenador, claro, un buen sabedor de que en un ambiente como el que se manejaba en Utah, Rodman acabaría explotando de ahogamiento. Y que eso ocurriera en medio de las Finales no es precisamente de buen gusto.

Utah es un estado muy particular en el que nunca quieren recalar los agentes libres importantes: el 80% de su población reside en torno a Salt Lake City, su capital. Con casi un 90% de población blanca, es uno de los estados más reconocibles en esta característica, y que tiene una fácil comprobación en la afición que acude a ver los partidos de baloncesto, de dicha etnia. Los mormones son los impulsores históricos del estado y ocupan el 60% de su población, con apenas un 5% dedicada al catolicismo. El término mormón es el sobrenombre que reciben los seguidores de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y fueron ellos los primeros estadounidenses que ocuparon la zona de lo que hoy es Utah y que terminó siendo parte de Estados Unidos en 1848, tras la victoria del país emergente ante México durante la intervención estadounidense en a dicho país.

La influencia mormona en el estado es muy grande y tiene un peso histórico indivisible a Salt Lake City, donde está la sede del templo más importante de dicha religión. Los mormones tienen prohibido el alcohol y el tabaco, por lo que el ocio dedicado a dichos consumos está más restringido en Utah que en otros estados del país norteamericano, uno de los motivos por los que no van ahí jugadores de renombre, que siempre han aterrizado vía draft en la entidad, obligada a cuidar a sus estrellas para evitar posibles salidas y crear una cultura largoplacista, con mirada al futuro y a la posibilidad de rodear a sus jóvenes promesas y futuras estrellas (si es que llegan a serlo) con las herramientas necesarias como para intentar, en algún momento, el asalto al anillo. Una idea muy buena en la teoría, pero muy difícil de llevar en la práctica y que sólo se ha traducido en una oportunidad real de ganar el título, una que se desvaneció por obra y gracia de, otra vez, Michael Jordan (que hoy cumple, por cierto, 60 años). Y ni Stockton ni Malone pudieron hacer otra cosa que no fuera ser testigos de una historia de la que forman parte, pero en ese lugar en el que nadie quiere estar: el de la derrota.

Una historia de vuelta a empezar

Los Jazz fueron fundados en 1974 en Nueva Orleans, pero se trasladaron a Salt Lake City en 1979 manteniendo la nomenclatura, a pesar de no tener nada que ver con el género musical en particular. En ninguna de las dos ciudades se alcanzaron los playoffs hasta en 1984, a pesar de contar durante ese tiempo con un nombre de la altura de Pete Maravich, que permitió que el equipo, 18º que apareció en la NBA por aquel entonces, tuviera cierta repercusión desde su nacimiento. La fiesta empezó, efectivamente, con Frank Layden y Adrian Dantley como estrella: primeros playoffs (45-37, segundo puesto de la Conferencia Oeste), primera ronda superada (3-2 ante los Nuggets) y derrota ante los Suns en unas semifinales (4-2) marcadas por la inexperiencia propia. Las conclusiones fueron positivas y empezó una racha que concluiría en 2003, tras 20 temporadas consecutivas en la fase final, muy cerca de las 22 en las que finalizaron hace poco los Spurs de Gregg Popovich, los mismos que consiguieron los Nationals/Sixers entre 1950 y 1971. Todo un hito que no miraron desde muy lejos esos Jazz, que se convirtieron en un equipo competitivo por antonomasia.

La cultura empezaba a formarse: proyectos largos, con muchos años, y una apuesta clara por un entrenador al que darle tiempo para moldear su proyecto particular. Buena muestra de ello es que en los 20 años seguidos de playoffs sólo estuvieron dos entrenadores: el mencionado Layden y el eterno Jerry Sloan, un ser celestial ascendido al infinito, un hombre que lo hizo todo menos ganar el anillo. Otra vez, por obra y gracia de Michael Jordan. Volviendo a los técnicos: si obviamos la etapa de Nueva Orleans, sólo hay 6 cambios en los banquillos, incluida la llegada de Will Hardy tras la etapa de 8 años de Quin Snyder. Son 6 entrenadores en 44 años; los Lakers, para ponerlo en perspectiva, han tenido 10 (entre interinos y pasos bochornosos) slo en el siglo XXI. Tremendo.

De 1989 a 2020, solo los Spurs (59,2%) tuvieron un mejor porcentaje de victorias que los Jazz. Ese fue el año en el que Ryan Smith se convirtió en el máximo accionista y nuevo propietario de la franquicia al comprárselo a la familia Miller 1,6 mil millones de dólares. Larry Miller se había hecho con la entidad en 1985 por apenas 24 millones, demostrando así la gran rentabilidad de los equipos actualmente, y fue una figura clave para que los Jazz no se movieran a Minneapolis durante esos años. Finalmente, el icono cultural que representaba el equipo en Utah se mantuvo en Salt Lake City, mientras que los Timberwolves nacían en Minnesota y entraban en la NBA en 1989. Bajo el mandato de los Miller, los Jazz fueron increíblemente competitivos, con 9 títulos de División, una presencia en playoffs casi permanente y dos títulos de la Conferencia Oeste que se tradujeron en dos Finales perdidas. Ya se sabe, ambas ante los Bulls.

Con Ryan Smith, la riqueza más grande del estado de Utah con solo 44 años, se prepara un nuevo comienzo, una tónica muy general en una franquicia que siempre tiene que volver a empezar. Los traspasos iniciales (Pete Maravich procedente de los Hawks, Adrian Dantley de los Lakers) fueron sustituidos por la cultura mencionada: Stockton y Malone llegaron del draft, al igual que Deron Williams; y lo mismo se hizo en la fallida estancia de de Donovan Mitchell y Rudy Gobert, ya finalizada. Los Jazz, fieles a su historia, se mantienen competitivos a pesar de las pérdidas deportivas y tienen opciones de meterse en la fase final, algo que han conseguido en sus últimas seis temporadas y en, atención, en 32 de sus 49 temporadas de existencia. También en 32 de las 44 en las que han estado en Utah y en 32 de las últimas 40. Un auténtico logro para un equipo que, a pesar de perder jugadores y reiniciar proyectos, siempre está ahí, al pie del cañón, intentando emerger y estar entre los mejores. Solo les falta el premio máximo y saben que es difícil conseguirlo por algo que todo el mundo aprende antes o después en la NBA: ganar no es fácil. Nunca lo es.

Lo que pudo ser y no fue

Los Jazz, valorados hoy en más de 2.000 millones de dólares (la 21ª franquicia más valorada de la NBA), siempre tendrán la espina clavada del título nunca conseguido. Pudieron con John Stockton y Karl Malone: “La medalla del amor, Romeo y Julieta, hoy te quiero más que ayer pero menos que mañana. Así les definía a Andrés Montes, que en sus retransmisiones con Antoni Daimiel daban pistas de lo que era la ciudad: “hemos salido a dar un paseo por la tarde y estaba todo muy tranquilo”, solían decir. Las Finales de 1997 y 1998 tuvo a la pareja periodística al pie del cañón en dos años y 12 partidos que son parte de la historia de la NBA y que culminaron con esa canasta de Jordan que nadie olvidará jamás. The Last Shot en The Last Dance. De esa última forma llamó Phil Jackson a esa última temporada con los Bulls, a sabiendas de que saldría de allí en verano por obra y gracia de Jerry Krause, un ejecutivo brillante pero en guerra eterna con su jugador franquicia y un entrenador que él mismo puso ahí. También se llamó así el documental producido por Jordan que amenizó la pandemia del coronavirus y desató alguna que otra polémica. En el mismo salió Stockton pero no Malone.

Base y ala-pívot configuraron una pareja al uso, una de las mejores que se recuerdan. Y se quedaron sin premio a pesar de su brillantez deportiva, en pleno contraste con el juicio que tiene la opinión pública hoy sobre ellos: Stockton, su discurso trumpista y su oposición a la vacuna del coronavirus ha acabado denostado por los estamentos más progresistas de la sociedad. Malone, con un caso reconocido de paternidad en una menor, tampoco desata precisamente pasiones. Y, sin embargo, fueron la mayor amenaza para Jordan en ese impoluto 6-0 que tiene en las Finales: los únicos que repitieron, los que tuvieron una opción vital en 1997 (de 2-0 a 2-2 con una oportunidad para adelantarse perdida en el famoso flu game) y no estuvieron a la altura en 1998, primera vez que los Bulls no eran favoritos en las Finales. Se adelantaron de inicio, perdieron los tres siguientes partidos (con un bochornoso 96-54 en el tercer asalto), ganaron el quinto y parecían tener en su mano el sexto y el primer séptimo al que iba a enfrentarse His Airness... y pasó lo que pasó, claro.

Fueron dos Finales maravillosas, previas a un crisis pantagruélica, en la que los Jazz se mantuvieron competitivos pero sólo disputaron unas finales de Conferencia (2007), una en los últimos 25 años, cuando en los 90 se colaron hasta 4 veces en dicha ronda. Jordan promedió más de 32 puntos, con 7 rebotes y 6 asistencias en 1997; Stockton, 15+4+8,8. Malone, el jugador discordante, la estrella que no conseguía hacer los mismos números ante Jordan que ante el resto de rivales o en regular season, se quedó en 23,8+10,3 tras promediar más de 27 en temporada, en la que ganó el MVP con un 55% en tiros de campo, una cifra que se redujo a un 44% en dicha serie. En 1998, la historia fue similar: 33,5 de Jordan, 45 en el sexto y definitivo encuentro, por 9,7+8,7 del imaginativo Stockton, su pick and roll y pick and pop con Malone, sus robos y su soberana inteligencia... y 25+10,5 de un Malone mejor que el año anterior, pero otra vez peor que durante la temporada regular y con el despiste que supuso ese robo por detrás de un Jordan que hizo lo que ya sabemos que hizo. Nada pudo hacer ante eso Jerry Sloan, emblema eterno de la ciudad, coleccionista de tractores, leyenda eterna que salió en 2011 de los Jazz tras 23 años de fiel servicio y una discusión entre bambalinas con Deron Willians. Muchas veces, las mejores estancias se convierten en inexplicables ausencias.

Así es Salt Lake City, cuya sede baloncestística está en el Vivint Arena, antiguamente Delta Center. Una ciudad mormona, tranquila, ubicada en un estado de 3,3 millones de habitantes, apacible, de grandes paisajes y poca vida nocturna. En ese estadio se transforma la mansa y serena gente del lugar para convertirse en auténticos hooligans, influyendo con las protestas constantes a arbitrajes unilaterales en Utah durante los 90, cuando la pista se convertía en una olla a presión enorme que sólo las mentes preclaras y las cabezas frías conseguían superar. Y ahí fue donde tuvo lugar el sueño frustrado con ese lanzamiento de Jordan ante Bryon Russell. El periodista Juanma Rubio dijo, en el podcast Mínimo de Veterano y en un programa dedicado, por cierto, a LeBron James, que “ese tiro fue la culminación a la era que iniciaron Magic Johnson y Larry Bird”. Una que salvó, junto a David Stern o el Doctor Buss, a una NBA que empezó a vivir de la narrativa y aumentó exponencialmente sus ganancias gracias a unas brutales audiencias televisivas.

En última instancia, el “no me acuerdo de olvidarte” de Memento puede ser perfectamente la definición del doloroso recuerdo de un tiro para la historia. Uno que consagró definitivamente a un Michael Jordan que ya era leyenda, pero que lo fue más tras ello. Un lanzamiento que ya es indivisible a la carrera de uno de los tres mejores jugadores, junto a LeBron y Kareem Abdul-Jabbar, de la historia de la NBA. Lo mágico, icónico, único, místico: todo ello se juntó en un instante en el que se pudo escuchar el silencio. Un uno de esos instantes en los que sabes, es lo que tiene la mejor Liga del mundo, que va a pasar algo increíble y que puedes ser testigo. Salt Lake City será sede del All-Star por segunda vez en su historia, 30 años después (lo fue en 1993) de la primera. El lugar en el que se terminó de forjar la leyenda. “Me llamo Michael, Michael Jordan. Como James, James Bond”. Fue el comentario perfecto de Andrés Montes a la canasta de la leyenda. “Este Jordan me suena”, apostillaba un siempre acertado Antoni Daimiel. El momento culminante de una extraordinaria, magistral, enormérrima trayectoria deportiva. Vuelve Salt Lake City: el lugar de la consagración del mito.