El precedente de los Nets con un 'big-three' fue un fracaso histórico
Kevin Durant y Kyrie Irving ya están acompañados de James Harden. En Brooklyn, pese a la calidad de los tres, desconfían por su propio pasado.
Los Nets han estrenado su nuevo trío de la muerte. Tres jugadores con conexiones, mucha calidad y con Durant en el centro de la mesa. Irving y Durant se han hecho amigos con los años. Harden y Durant guardan relación desde hace una década. Irving y Harden deberán compartir mucho balón y ofrecérselo a un K.D. que debe ser el que más jugadas finalice si está sano, como así parece en comparación con la temporada en blanco que supuso la 2019/20. Tres de los más talentosos de la NBA se reúnen en Brooklyn para asaltar un campeonato que sólo el último en llegar, James Harden, no ha podido saborear aún.
Los Nets ya saben lo que es llegar a las Finales NBA, pero no lo que es ganarlas. Si descontamos la ya extinta ABA, claro, donde sí reinaron de la mano de Julius Erving. Este siglo, con la franquicia en Nueva Jersey, se han plantado en ellas dos veces con Jason Kidd como motor, en 2002 y 2003, pero la renovación de la imagen del equipo requiere un título que refrende un trabajo que ha sido de unos altibajos terriblemente pronunciados. El pico de la curva, valga el símil con lo que nos toca en esta época de pandemia mundial, todavía está por alcanzar en Brooklyn y este año ya pueden conseguirlo por primera vez.
Aquí hay un ejemplo que se quiere desterrar, justo el espejo en el que no se quieren mirar pero que refleja perfectamente lo que fue una inversión faraónica que se convirtió en la peor pesadilla. Para ello hay que viajar a 2013.
Hace ocho años tendría lugar uno de los peores traspasos de la historia moderna, no por lo ocurrido en ese momento sino por lo que hipotecó a un equipo que sólo con el toque mágico de Sean Marks, el que todavía es el mánager general, ha sido capaz de levantarse de tal embestida del destino. Pero todavía hay que retroceder un poco más para entender el contexto. En 2009 un millonario ruso con dinero procedente del petróleo quiso invertir su fortuna en varios negocios y uno de ellos fue el de tener un equipo en Estados Unidos. A través de Onexim, el grupo empresarial que creó para estos fines, compró el 80% de los Nets por 200 millones de dólares cuando presumía de ser el hombre más rico de Rusia. Se alió con más figuras importantes para darle otro aire a esos Nets que ya vagaban por el Este sin un rumbo bien definido. Se fueron a Nueva York, al distrito de Brooklyn, y plantaron su bandera en el Barclays Center. En 2012 se hizo oficial el cambio completo. Uno de los accionistas minoritarios, el rapero Jay-Z, ayudó con un himno llamado We Go Hard a la implantación de una nueva cultura, más arraigada a el carácter de las calles de la llamada capital del mundo y el lado más combativo en contraposición al otro equipo de la ciudad, los Knicks. Y Mijaíl Prójorov, el ya presidente y poseedor del mayor porcentaje de acciones, quiso dar un paso final: reforzar la plantilla con cambios drásticos. Querían que todos supieran que habían llegado y sí, todo el mundo se dio cuenta de inmediato.
La primera piedra fue conseguir a Joe Johnson, el tirador que había gustado a tantos equipos por su papel en los Hawks. Aquel fue un movimiento grande en el que dieron a cinco jugadores a cambio de Johnson, pero valió la pena. El escolta se convertiría en una de las referencias ofensivas más seguras en aquellos tiempos. Con ese fichaje la idea iba tomando forma. El objetivo: un plantillón. Gerald Wallace, alero, y Brook Lopez, pívot, renovaron con contratos de larga duración. La guinda de ese pastel era Deron Williams, internacional con Estados Unidos y uno de los bases más poderosos de la NBA, que amplió su vinculación con un contrato de 98 millones por 5 años. Sentían que tenían que hacer algo más.
El 27 de junio de 2013 llegó el bombazo. El traspaso que enterraría al equipo que apostaba por él durante años y años. Billy King, GM de los Nets, cayó su propia tumba cuando creía que estaba haciendo el negocio de su vida. Los Celtics aceptaron desprenderse de Paul Pierce, Kevin Garnett y Jason Terry, además de D.J. White, por una colección de jugadores y rondas del draft que se ha ido recordando posteriormente según se torcía todo. Este trío venía de ganar el Anillo de 2008 en Boston y Pierce, santo y seña de la franquicia, abandonaba el entramado celtic por la puerta de atrás. En en megatraspaso se fueron Kris Humphries, Kris Joseph, MarShon Brooks, Keith Bogans y el anteriormente mencionado Gerald Wallace y, como añadido, tres elecciones de primera ronda (una en 2014, otra en 2016 y la última en 2018) y el derecho a intercambiar la primera ronda que ambos tuvieran en 2017. Aquella retahíla de opciones para captar jóvenes se tradujo en James Young, Jaylen Brown, Jayson Tatum y, gracias a un traspaso con otros activos, Kyrie Irving, que curiosamente es uno de los jugadores que ahora sí están en los Nets. El movimiento, que lo que tenía de ambicioso también lo tenía de imprudente, fue una losa para reconstruir lo que pronto se desmoronó. Hubiera tenido sentido de alzarse con el título de la NBA instantáneamente o de haber reubicado las piezas con inteligencia, pero los Nets se quedaron con una mano delante y otra detrás y sin la ansiada victoria. Pierce y Garnett ya venían de vuelta de Boston, pasados de rosca, y a los responsables de los Nets les pareció buena idea llevarles a una franquicia que buscaba una imagen joven, dinámica y de dominio de un cotarro que, por otra parte, LeBron James seguía teniendo en el palmo de la mano (por lo menos, en el Este). No pasaron de la segunda ronda en los playoffs pese a toda la inversión. Aquello también fue un fracaso personal de Jason Kidd, que asumió la jefatura del banquillo del equipo del que había sido la estrella años atrás e hizo poco menos que el ridículo. El superequipo duró sólo dos años, con desbandada generalizada al ver que aquello no iba a ningún sitio. Pero lo peor es que no se podían recomponer porque lo habían dado casi todo en aquel traspaso del demonio, lo que llevó a que viéramos plantillas infames en el que era uno de los equipos de referencia de la competición por geografía e inversión.
Hay más similitudes, como la de que al frente de la plantilla esté un ex-jugador inexperto en eso de ser entrenador-jefe. Y si antes fue Jason Kidd, ahora otro tipo con mucho coco para el baloncesto es el que lo intentará. Steve Nash es el hombre. En su caso, con un problema de egos mucho más acuciante que en el del primer intento.
Al frente ya no está Prójorov, sino otro magnate. Un taiwanés con raíces hongkonesas y canadienses que fundó el emporio Alibaba, Joe Tsai, es ahora el dueño. También con un papel activo en la marcha de la franquicia, el nuevo big-three es un sueño del que no querrá que le despierten con un jarro de agua fría como el anterior.
Contra aquel esperpento, el que algunos consideran el peor traspaso de la historia, también tienen que luchar los nuevos Nets. La misión de Kevin Durant, Kyrie Irving y James Harden, pese a perder el primer partido juntos, es llenar de verdes el casillero de la clasificación y rematar cuando ellos ya han demostrado que saben hacerlo.