'Big Ben': la bestia que tumbó a Shaquille y venció a la depresión
Ben Wallace fue uno de los grandes pívots defensores de la NBA moderna y batió récords para un jugador no drafteado. En 2016, los Pistons retiraron su orgulloso número 3.
En el Palace of Auburn Hills, el gigantesco pabellón a más de media hora en coche de Detroit donde los Pistons ganaron tres anillos y donde se desarrolló la pelea más famosa de la historia de la NBA (The Malice at The Palace), sonaba una campanada del Big Ben londinense cada vez que cogía un rebote o ponía un tapón Ben Wallace, el Big Ben particular de la versión 2.0 de los Bad Boys, unos Pistons de hormigón armado que acabaron jugando (no todas con él) seis finales del Este seguidas y dos de la NBA, la que ganaron a los Lakers (2004) y la que perdieron con los Spurs en siete partidos extenuantes (2005).
En 2016 los Pistons retiraron el número 3 de Ben Wallace, que en 2019 se quedó a las puertas de entrar en el Hall of Fame. No está mal para un pívot que medía 2,06 oficiales y 2,04… de su propia boca y en calcetines. Uno que es el único que ha jugado 1.088 partidos de Regular Season (1996-2012) sin haber sido drafteado. Batió los 1.054 de Avery Johnson. Ben Wallace no tuvo solo longevidad, claro: fue campeón de la NBA (2004), cuatro veces all star (2003-06), cuatro veces Defensor del Año (comparte ese récord con Dikembe Mutombo), nueve veces integrante de los Mejores Quintetos Defensivos (cinco del primero), dos veces máximo reboteador y una máximo taponador de la NBA... y también el único en la historia de la Liga con 1.000 rebotes, 100 tapones y 100 robos en cuatro temporadas seguidas (2001-04), el único no drafteado que ha sido all star y uno de los tres (junto a Hakeem Olajuwon y David Robinson, nada menos) con 150 tapones y 100 robos en siete temporadas consecutivas.
Ben Wallace era una bestia. Es fácil recordar la cinta en el pelo afro y los bíceps de acero. Levantaba más de 200 kilos en press de banca, sí, pero lo hacía jugando más de 35 minutos por noche y con un salto vertical de más de un metro. En la NBA no es solo la fuerza, es la combinación de esta con resistencia, durabilidad, agilidad y elasticidad. Wallace tenía todo eso y era además un tipo genuinamente duro, nacido en Alabama y criado jugando con ocho hermanos mayores que no le pasaban la bola y le daban palos por todas partes. Forjado en los niveles universitarios más bajos antes de jugar en la Segunda División, donde ni un solo ojeador volvió la vista hacia él porque no eran tiempos de small ball y su corta estatura parecía un problema trágico para un jugador sin talento ni finura en ataque. Antes de llegar a los Pistons, donde fue un regalo en el traspaso por Grant Hill, probó suerte en Italia y jugó con Wizards (que estuvieron a punto de cortarlo en el training camp) y Magic. Los entrenadores todavía intentaban en esos años, por su estatura, convertirlo en un alero. Algo que jamás podría haber sido. No en la NBA.
En el Palace cayó aquella hoguera de las vanidades que eran los Lakers 2004, el último intento predivorcio de Shaquille O’Neal y Kobe Bryant y un equipo lastrado por los años y los problemas físicos de aquellos (Gary Payton, Karl Malone) que buscaban el anillo a toda costa. Los Pistons dieron (1-4) una sorpresa tremenda, más para el gran público que para quienes habían seguido la dinámica de ambos equipos, especialmente la de unos Pistons que hicieron click definitivamente con la llegada de Rasheed Wallace en aquel mercado invernal y que tenían a un excepcional entrenador defensivo (Larry Brown) al frente de un equipo con grandes defensores en todas las posiciones. El mejor de todos, Ben Wallace.
Se suele decir que Ben Wallace secó a Shaquille. Y no es del todo cierto: nadie secaba por sí solo a Shaquille. La excelente defensa al pívot (26,6 puntos, 10,8 rebotes y su peor porcentaje de tiro en unas Finales con los Lakers: 63,1%) fue un trabajo colectivo, un colapso total de la zona que obligó a los exteriores rivales a tirar por fuera mientras el perro grande, Shaq, se quejaba amargamente tras cada balón que no pasaba por sus manos. Pero Ben Wallace, claro, fue el jugador que se encargaba de la defensa directa a un rival atómico. Y el que, con 1-3 y sin ganas de que la Final volviera a California, salió al quinto partido conectadísimo ataque, canasta en suspensión incluida (cosa muy rara) y acabó con 18 puntos y 22 rebotes por el 20+8 de un Shaquille que claudicó. Como su equipo. En la serie, Ben Wallace promedió 10,8 puntos, 13,6 rebotes, 1,8 robos y un tapón. En la final del Este, contra el O’Neal de los Pacers (Jermaine), acabó en 15,5 rebotes y 3,2 tapones. Durante los años dorados de su primera etapa en Detroit (2000-06), los Pistons siempre fueron el equipo con mejores cifras defensivas de los 16 en playoffs. En aquella ilustrísima temporada 2003-04, el triunfo de la MoTown y la clase obrera, Ben Wallace firmó los mejores ratings defensivos individuales que había visto la NBA: 87 en Regular Season, 84 en playoffs.
Cuando nadie daba un duro por él, llegó a trabajar en una barbería para pagar los 50 dólares que costaba acceder a un campus de entrenamiento. En uno de ellos fue descubierto por su gran mentor, Charles Oakley, el durísimo ala-pívot que fue escudero de Michael Jordan en los Bulls y de Patrick Ewing en los Knicks. Wallace se retiró como uno de los grandes pívots defensivos de la historia. En la temporada 2002-03 promedió 15,4 rebotes y 3,2 tapones. Un año antes, 13 y 3,5. Pese a su altura, era inamovible al poste por su fuerza y su bajo de gravedad. Tenía unas manos vertiginosas, por velocidad e instinto, que cortocircuitaban la llegada de pases desde el exterior hacia sus emparejamientos. Y unos pies privilegiados para moverse, colocarse y ajustar emparejamientos por toda la pista. Él y Rasheed, los Wallace, tenían capacidad para cambiar con los exteriores en los bloqueos y para recuperar y cerrar el aro. Y eso en tiempos en los que no se defendía así masivamente, como sí se hace ahora. Eran, en gran medida, unos adelantados. Ellos y sus Pistons.
Larry Brown trató de que se liberara en ataque pero su tope en una temporada fueron 9,7 puntos de media. Su tiro nunca fue viable y sus movimientos, decentes en ciertas posiciones, fracasaban por su nulo toque de muñeca cerca del aro. Su marca registrada eran, seguramente, los mates resonantes en rebote de ataque. Una especialidad de la casa, como una intimidación que entonces parecía imposible para su envergadura y que también adelantó el libreto del actual y dominante small ball: no cerrar el aro como ancla inamovible sino llegando en ayudas híper veloces y desde el lado débil.
Su final en los Pistons fue feo, con bronca con Flip Saunders y derrota con Miami Heat (el futuro campeón en aquel 2006) en playoffs. Los Bulls le dieron 60 millones por cuatro años para que fuera la guinda a un equipo que quería ser aspirante con Kirk Hinrich, Ben Gordon y Luol Deng. Acabó siendo un muy mal contrato: los Bulls no pasaron de 49 victorias y cayeron en segunda ronda de los playoffs 2007 contra, precisamente, los Pistons. En la siguiente temporada primero fue despedido el entrenador, Scott Skiles (tras un horrendo 9-16 para abrir curso) y después fue traspasado Wallace, que jugó con LeBron James en los Cavaliers, donde le tocó hacer de ala-pívot al lado de Ilgauskas y donde su mano se notó, como siempre, en defensa: 96,7 puntos encajados de media antes de su llegada en Regular Season, 87,8 en unos playoffs donde los Cavs cayeron en siete partidos ante los Celtics. Finalmente, Wallace fue traspasado a los Suns, en (irónicamente) la operación que llevó a Shaquille O’Neal a Ohio. Cortado a los quince días, regresó para su última y final etapa (2009-12) en sus Pistons.
Después de su retirada (ahora tiene 46 años), tuvo problemas con la justicia (cargos por conducir ebrio, entre otras cosas) y reconoció que combatió esa depresión que ataca, y que cada vez es menos tabú, a los deportistas de éxito cuando se retiran: “El baloncesto controla tu mente, es un viaje de momentos muy altos o muy bajos, casi te genera una necesidad. Si una noche coges siete u ocho rebotes, la siguiente puedes ponerte el reto de coger veinte. Pero después te quedas sin esas ocasiones para motivarte y ponerte a prueba. Cuando te retiras, te sientes apartado, nadie se preocupa ya por ti, no recibes las llamadas de teléfono que solías recibir. Entonces te sientes mal, flojo, pero no tienes un partido al día siguiente para venirte arriba, así que cada vez caes más y más bajo…”.
De ese pozo salió con la ayuda de Rick Carlisle, que le entrenó antes que Larry Brown en Detroit, y de otros con los que contactó gracias al técnico de los Mavericks: Mike Woodson, Doc Rivers... Finalmente, pasó a trabajar en el cuerpo directivo (como copropietario) del afiliado de los Pistons en la G Legue, Gran Rapids Drive. Un equipo que en algunos partidos como local reparte muñecos no de un jugador sino de uno de sus directivos: Ben Wallace, una leyenda en Detroit y un pívot que fue uno de los grandes defensores de su generación y que lo habría sido también años antes y, desde luego, en el baloncesto actual. El eje de la histórica defensa que tumbó a Shaquille en 2004.