Sabrina Ionescu renuncia al 1 del draft y seguirá en Oregon
"WNBA te veré muy pronto, pero antes tengo un trabajo por terminar", escribe en The Players Tribune la sensación del baloncesto femenino.
Esta noche habrá campeón universitario femenino: Notre Dame (que defiende título) o Baylor se llevarán un torneo que cerrará la temporada y dará paso a la WNBA, que celebra su draft el miércoles, en las oficina de Nike de Manhattan, y que arranca temporada el 24 de mayo, en un año crucial entre su gran crecimiento mediático y los asuntos todavía por resolver en cuanto a sostenibilidad y salarios de las jugadoras.
La competición profesional se relamía con la llegada de Sabrina Ionescu, el terremoto de Walnut Creek que ha hecho historia en Oregon, con el récord absoluto de triples dobles en el baloncesto universitario (sin distinción de géneros). Pero la WNBA tendrá que esperar un año. Ionescu, cantado número 1 (Las Vegas tiene ese primer pick) va a regresar a la universidad para jugar su último año con las Ducks, el equipo de la española Maite Cazorla que cayó ante Baylor (72-67) en las semifinales de la Final Four que se resuelve hoy en Florica. En ese partido que dejó a Oregon fuera de la lucha por el título, Ionescu se quedó en 18 puntos, 4 rebotes y 6 asistencias con un 6/24 en tiros. En la temporada ha promediado 19,9, 7,4 y 8,2.
Así que ha decidido "terminar el trabajo" como ha reconocido ella misma en una carta abierta en The Players Tribune en la que reconoce que pocas cosas le han impactado más que ver a Kobe Bryant diseccionar su juego en su espacio televisivo de ESPN: "El trabajo se ha quedado sin terminar. Y lo de digo de todo corazón. Nadie, ni yo, ni mis compañeras ni los técnicos, nadie va a salir ahora corriendo. No vamos a ser uno de esos equipos que sale de la nada, hace un poco de ruido y desaparece otra vez. Aquí estamos construyendo algo importante. Apenas venían 1.000 personas a vernos en mi primera temporada y en esta la media era de 7.000 y de repente Stephen Curry o LeBron James se subían a nuestro carro. Aquí está pasando algo. Luego vi el programa de Kobe Bryant, cómo diseccionaba mi juego... era otro reto. Como si Kobe me estuviera diciendo que estaba pendiente de mí, que le gustaba lo que veía pero que quería algo más, extra. Así es como se pasa de bueno a grande, de aspirante a campeón. En mi primera temporada llegamos al Elite 8 y perdimos por mucho. En la segunda, al Elite 8 y perdimos por poco, en la terera hemos llegado a la Final Four. Así que ahora no puedo ser más feliz al anunciar que volveré a Oregon para la temporada 2019-2020. Tenemos trabajo sin acabar. Duck nation, os veré allí, espero que con el pabellón hasta arriba. Kobe, te veré también, espero que sigas pendiente de mí. Y WNBA, también te veré pronto. Muy pronto, lo prometo. Pero hay algo de lo que tengo que ocuparme primero".
Una revolución en el baloncesto femenino
"¿Que me mandan a cocinar en los comentarios de las noticias? Bueno, últimamente he servido bastante triples-dobles...", así contestaba a las opiniones sexistas Sabrina Ionescu tras pulverizar el total absoluto de triples-dobles del baloncesto universitario, que estaba en los 12 que sumó Kyle Collinsworth, que ahora juega en el equipo de los Raptors en la G-League (Raptors 905).
Collinsworth llegó a 12 después de cuatro años y 140 partidos en la NCAA (BYU). Ionescu lo había hecho en tres temporadas. En los dos últimos años ha sido elegida Mejor Jugadora de su Conferencia, la PAC-12, y ya tiene en el currículum el premio Nancy Lieberman a la base del año (2018), el de USA Today a la Jugadora del Año y el MVP del McDonald All American Game. También tiene un Mundial Sub-17 con Estados Unidos, país al que además representó en el último Campeonato del Mundo de 3x3. Está literalmente en todas partes, también en la pista. Y esa es la clave de su juego, sin un físico imponente y solo 180 centímetros de altura: la inteligencia (IQ), la capacidad de estar siempre un paso por delante de las demás y de agotar a sus defensoras con su incesante actividad. Es lo que aprendió a hacer cuando creció jugando con chicos, entre ellos su inseparable hermano gemelo Eddie (ella nació 18 minutos antes), con el que vive en un apartamento enfrente de las instalaciones de los Ducks.
Ambos comenzaron a jugar a los tres años, con su hermano mayor Andrei, que entonces tenía 12 y que había abrazado el baloncesto tras llegar con su familia desde Rumanía. Primero huyó su padre de la revolución en 1989 y hasta seis años después no pudieron acompañarle su madre y Andrei. La familia se instaló en Walnut Creek, un barrio de la Bahía de San Francisco donde sus padres montaron un negocio de transporte en limusina y criaron a los gemelos, nacidos ya en California. Sabrina iba a todas partes con las zapatillas de deporte y jugaba de sol a sol con su hermano y los amigos de este. Para no tener que depender de que confiaran en ella, aprendió a rebotear y manejar la bola. Para influir en el juego sin tener que anotar muchos puntos y a pesar de su fragilidad física, desarrolló el instinto para repartir asistencias. Los puntos, según ella los lleva dentro "por genética". Y las ganas de reventar la norma también: en su colegio no había suficientes jugadoras para hacer equipo femenino y cuando le dijeron que mejor se dedicaba "a jugar con muñecas", fue reclutando chicas personalmente: ya había equipo.
De California se fue a Oregon con su hermano y allí ha convertido al equipo de baloncesto femenino en una de las sensaciones de su universidad: en su primer año la media de aficionados en la grada apenas superaba los 1.500. En el segundo era de 4.200 y en este tercero, de más de 6.500. Tiene el carisma, la energía y desde luego el juego. Y la WNBA se frota las manos con la que puede ser, debería ser, su próxima sensación. Solo que tendrá que esperar, contra todo pronóstico, hasta 2020...