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Oakland
Warriors: una mudanza para superar a Knicks y Lakers

Junto a los muelles de Embarcadero, cerca de los ferris que parten constantemente hacia Alcatraz y a un paseo del downtown, San Francisco es una amalgama vital de turistas, tranvías, bicicletas y música bajo un sol radiante y una brisa casi siempre fría. Hacia el sur, más allá del delicado glamour del MOMA y los jardines de Yerba Buena, se va abriendo paso la vieja ciudad que quedó sepultada por la contracultura y el ascenso de las industrias tecnológicas.

Por debajo de los hercúleos cimientos del Puente de la Bahía, que conecta 250.000 coches al día con la zona Este en la que (Oakland) todavía residen los Warriors, llegan recuerdos de los años de esplendor de la industria portuaria y los nervios de hierro que conectaba el Pacífico con las estaciones de tren de todo el país. Hacia Mission Bay, lo que en los años 80, después del colapso de esas viejas formas de cargueros y estibadores, fue “marihuana, cristales, rotos barro y edificios decrépitos” es ahora un nudo de laboratorios farmacéuticos e investigación coronado por el Hospital Universitario. A un golpe de vista, en South Beach, el estadio de los Giants de la MLB (At&t Center) se abre imponente a las aguas de la Bahía. Y enfrente, entre un ajetreo de camiones, maquinaria pesada y trabajadores que vociferan y dan zancadas de un lado a otro, el futuro Chase Center, la nueva casa de los Warriors, va tomando la forma de lo que será en poco más de un año: no un estadio sino 4,4 hectáreas de hogar de “no un equipo sino una empresa de entretenimiento deportivo”, palabra de Rick Welts, presidente de la franquicia y padre de, por ahora, la frase que mejor serviría de eslogan para lo que está por venir: “El Madison Square Garden va a pasar a ser el Chase Center de la Costa Este”.

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Los detractores: "Quieren un Disneyland del capitalismo consumista"

El proyecto avanza sin la ruidosa oposición que en las Finales de 2017 todavía hacía la Mission Bay Alliance, cuya energía fue combada por la Corte Suprema de California, una asociación impulsada por personalidades universitarias y de la investigación médica que alertaba sobre unos males que irían de daños al medio ambiente al colapso de una zona que ya es de por sí un sudoku para el tráfico. “Quieren una Disneyland del capitalismo consumista”, advertían mientras se preguntaban qué pasaría si las ambulancias de urgencias topaban con los atascos de un día de partido: casi 19.000 aficionados más en un embudo para el que no hay proyectadas más de 950 plazas de parking soterradas y otras 6.000 extendidas por un área de casi un kilómetro a la redonda, incluidos los propios aledaños del At&t.

Fue el pico de dificultad más cruenta para un proyecto que ha requerido una guerra perfectamente planificada de comunicación y relaciones públicas. Desde su inicio, Welts ha mantenido ya más de 500 reuniones de perfil explicativo. Y la franquicia organiza visitas para abonados y futuros interesados en serlo (la lista de espera tiene más de 40.000 nombres) bajo el paraguas de la “Experiencia Chase Center”, en la que se puede contemplar una maqueta que ha costado más de 350.000 dólares, que gira 360º y ofrece en una pantalla adyacente proyecciones de cómo será la vista desde cualquiera de los casi 19.000 nuevos asientos de una joya de la corona con la que los Warriors quieren ponerse al frente de la NBA y, en buena medida, del deporte estadounidense.

Suits privadas, actividades de todo tipo....

Este es el plan maestro: híper conectividad, experiencias que van mucho más allá de los partidos, una oferta gastronómica revolucionaria y un uso que alcance los 365 días del año con más de 220 actividades de las que solo unas 50 serán partidos de los Warriors (42 de fase regular y lo que corresponda de unos playoffs que, aunque ahora parezca imposible, no siempre jugarán). Por dentro del Chase Center hay suites privadas que costarán no menos de medio millón de dólares al año… y algunas mucho más. Más grandes que muchos apartamentos de San Francisco, superarán los 50 metros cuadrados con un lujoso comedor abierto hacia la cancha a través de una enorme cristalera. Y por fuera, una paradisiaca zona de jardines abierta a la Bahía, 54.000 metros cuadrados de oficinas (con dos enormes torres en las que ya han confirmado su presencia empresas como Uber) y 9.000 dedicadas al ocio y la restauración. Desde luego, un largo camino desde que en 1971 los Warriors tuvieron que cruzar el Puente de la Bahía con destino Oakland porque en San Francisco no encontraban forma de construir un nuevo pabellón o de atraer con regularidad a más de 6.000 personas para ver al equipo que había llegado en 1962 desde Philadelphia.

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En forja de los dos grandes gigantes de la Costa Oeste, Silicon Valley y Hollywood, el inversor Joe Lacob (dueño mayoritario) y el productor Peter Guber (Rain Man, Batman, El color púrpura, Gorilas en la niebla…) compraron los Warriors por 450 millones en 2010. Su valor estimado por Forbes era incluso inferior por entonces, cuando Stephen Curry era solo un delgado base de 22 años que acababa de completar su primera temporada como profesional. Dos años después, la franquicia valía 555 millones de dólares, en 2015 (el primer anillo en 40 años) 1.300, la pasada temporada unos 2.600 y ahora más de 3.100, ya por delante de Celtics (2.500) y Bulls (2.600) y solo por detrás de Lakers (3.300) y Knicks (3.600), los dos gigantes del eje Oeste-Este: Nueva York y L.A. Los Warriors, en lo que definen como el movimiento más ambicioso de la historia y uno que debería asegurar la bonanza de la franquicia durante décadas, esperan que el Chase Center redimensione hacia la cúspide de ese ranking las ganancias de un equipo que ya es una gallina de los huevos de oro: el nombre del nuevo pabellón viene del mayor acuerdo de naming de la historia del deporte estadounidense (20 millones al año durante 20 años con JPMorgan Chase). Y de los nuevos parches de publicidad que ha introducido la NBA en la parte superior izquierda de las camisetas de los equipos, ninguno vale más que el de los Warriors: 60 millones al año del gigante tecnológico japonés Rakuten, el patrocinador también del Barcelona.

La llegada a San Francisco, en la 2019-20

La sostenibilidad deportiva del actual proyecto, uno de los mejores equipos de la historia, es fundamental. Stephen Curry ya firmó un nuevo contrato de 201 millones de dólares. Este verano lo hará Kevin Durant y en los dos próximos, como mucho, tocará retener (o intentarlo) a Klay Thompson y Draymond Green. Desde (2017) el inicio de la pasada temporada hasta 2021, los Warriors invertirán más de 1.100 millones de dólares (esos son sus cálculos) en sus jugadores, la piedra fundacional de todo lo demás pero, no hay que olvidarlo, más dinero que los 1.000 que va a costar (1.400 si se amplía a las torres de oficinas) el nuevo complejo del Chase Center. Y eso sin entrar en posibles impuestos de pesadilla (hay proyecciones inalcanzables de cientos de millones) por superar el tope salarial permitido para retener a sus cuatro estrellas, algo fundamental de cara a la mudanza.

Ese salto al otro lado del puente se producirá para el arranque de la temporada 2019-20. Queda menos de un año y medio y 450 trabajadores siguen avanzando en los plazos previstos en, al menos, lo que se refiere a la obra. Ya han retirado casi 300.000 metros cúbicos de escombros y levantado 1.300 pilares siguiendo a pies juntillas un manual de más de 200 páginas.

Pero los problemas, superados la mayoría de obstáculos burocráticos y judiciales, no han desaparecido del todo. El principal sigue vinculado al tráfico y el transporte. Generalmente, los proyectos que van a movilizar a un volumen tan alto de personas se buscando una ubicación óptima. Los Warriors optaron por la zona que preferían en cualquier caso, Mission Bay, y por una apuesta por una readaptación casi total de ella. Y no es fácil. El proyecto, fue a priori uno de los grandes triunfos del equipo, iba a ser de financiación completamente privada. La parte pública sería devuelta a través de un impuesto en las entradas para los partidos y en los locales de restauración, y los Warriors pasarían a generar unos 19 millones de dólares al año para la zona y su nueva ciudad. La clave del proyecto es la estación en el nuevo metro subterráneo (central subway Project) que, primer problema, lleva un enorme retraso. La parada de Chinatown, por ejemplo, tendría que haber estado lista el pasado diciembre y ya se habla de la primavera de 2021. En 2015, la parte correspondiente a Mission Bay estaba presupuestada por debajo de los 30 millones (unos 27) que después pasaron a 33, a los que se han sumado 18 para realinear las vías en la nueva parada, un paso que requiere transformar las calles afectadas, y unos 11 en vagones. En total, casi 62 millones que dispara un presupuesto en el que el ayuntamiento y la empresa municipal de transportes (los ciudadanos, en definitiva) cargan con un coste con el que no contaban. Los Warriors, por la arquitectura del acuerdo firmado, no empezarán a aportar a esa parte de la inversión hasta que los nuevos aficionados no comiencen a llenar el Chase Center y a generar ingresos. La nueva parada de metro, que tendrá casi 30.000 metros cuadrados, se ha convertido en un quebradero de cabeza y Art Torres, de la agencia municipal de transporte, cruza los dedos para que lo que generen los Warriors acabe compensando. La inversión vía impuestos ya ha superado los 10 millones.

Porque esta nueva estructura que debía suavizar los problemas de acceso y aparcamiento en la nueva casa de los Warriors tenía que estar lista para la primavera de 2020, con la temporada NBA ya avanzada, pero muchos creen que los plazos irán bastante más allá. Y mientras tanto, el problema de colapso será cada vez mayor y la experiencia de los primeros visitantes del Chase Center, peor de lo previsto. La riqueza de Silicon Valley, que está desatando una guerra social en San Francisco por la terrible gentrificación que ha generado su nueva burbuja inmobiliaria, tampoco ayuda, aunque el dinero que crea esas fortunas vaya a ser el que llene los palcos y suites del nuevo pabellón: los contratistas privados tienen tantos frentes abiertos y tanta obra a tiro que no han pujado por hacerse con este proyecto clave para la mejora de las comunicaciones en la ciudad. Las nuevas vías de liquidez alcanzan a abonados y futuros abonados de los Warriors, que probablemente tengan que pagar una fianza inicial (membership program) de unos 15.000 dólares que les será devuelta en unos 30 años.

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Por eso los Warriors cuidan con esmero la comunicación, abiertos varios frentes en un proyecto mastodóntico en el que tratan de recalcar sus incuestionables bonanzas. Económicas y sociales. Y en este sentido conviene no perder de vista a la WNBA como parte del futuro: la liga profesional femenina, que la NBA está modernizando y optimizando a su imagen y semejanza, pasa por un momento excelente: las audiencias de televisión han subido un 11%, la pasada temporada más de 1,7 millones de personas acudieron a los pabellones y en 2013 se ya se consideraba que la mitad de la franquicias daba beneficiosos cuando tres años antes Connecticut Sun se había convertido en la primera (y única) en hacerlo.

La Bahía es el sexto mercado televisivo más grande de EE UU y lleva veinte años sin equipo femenino profesional. En todo el norte de California, son ocho desde la desaparición de Sacramento Monarchs. El último equipo de San Francisco, las Pioneers (1979-81) que jugaban en la Women’s Basketball League, tuvieron como dueño a Lacob, el propietario de los Warriors, que ve con los mejores ojos el proyecto WNBA para el Chase Center. Y como dice el presidente Welts, “donde Lacob pone el ojo, pone el dinero”. Quizá no sea en el cortísimo plazo pero la expansión de los Warriors a la WNBA es otro proyecto que sería muy positivo y que camina vinculado a la nueva era que marcará el Chase Center. Para unos Estrella de la Muerte y para otros Arca de Noé de los nuevos tiempos. Pero, sin duda, un gran paso hacia al futuro para los Warriors y, seguramente, para todo el deporte estadounidense.