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AS COLOR: Nº 78

Boris Becker: un campeón precoz de vida turbulenta

En los 80 y 90 revolucionó el tenis con su servicio y su tendencia al escándalo. Tan conocido por Wimbledon como por su ‘affaire’ en el Nobu de Londres.

Boris Becker en una imagen de junio de 1999.
IAN WALDIEREUTERS

Su vida cambió para siempre el 1 de julio de 1985. Quizás nunca en la historia del tenis un servicio resultó tan determinante. Aquel espigado y potente adolescente, mitad rubio, mitad pelirrojo, con la cara plagada de pecas y dos intensos ojos azules, no titubeó un segundo antes de proclamarse campeón de Wimbledon. Pidió la pelota, ajustó los pies junto a la línea de fondo, botó un par de veces la bola antes de acomodarla definitivamente junto al corazón de su raqueta, y ejecutó un primer servicio abierto incontrolable para el sudafricano Kevin Currey: 6-3, 6-7, 7-6 y 6-4. Un saque con una mecánica perfecta, que aprovechaba todas y cada una de las palancas del cuerpo, y que tuvo un efecto devastador en el deporte de la raqueta.

Así, Boris Franz Becker (22 de noviembre de 1967) se convertía en el jugador más joven en ganar Wimbledon con 17 años y 7 meses, además de en el primer alemán y primer tenista no cabeza de serie en firmar dicha hazaña en el All England Club. Un tipo con mucha personalidad, cuyo tenis cautivó al mundo y desató la ‘tenismanía’ en la entonces República Federal, pero al que su fama convirtió de inmediato en celebrity e hizo de su (controvertida) vida privada un espectáculo en demasiadas ocasiones.

Como deportista Boris Becker fue un ejemplo a seguir, tanto por su precocidad como por su determinación. Un tenista atlético, ágil y agresivo, con un patrón de juego de ataque eléctrico, que lo convierte en uno de los últimos mosqueteros del tenis de saque-red junto a leyendas como McEnroe, Edberg, Rafter o Sampras. Fue el primer tenista en ganar por potencia.

Su servicio le granjeó sus principales apodos: ‘Serveman’ o ‘Boom boom Becker’. Pero su tenis era mucho más que un saque poderoso. Becker era sólido desde el fondo de pista, tenía una derecha temible, un elegante revés a una mano y una volea soberbia. Incluso en plancha. Era bastante habitual que Becker acabara los puntos por el suelo, sobre todo en pistas de hierba. Junto a Steffi Graf, con quien comenzó a dar raquetazos de niño en la pista construida por su padre, representó la época dorada del tenis germano.

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GLYN KIRKAFP

En quince años de carrera profesional acumuló 49 títulos individuales, entre ellos 6 Grand Slam (Wimbledon 85, 86 y 89; Australia 91 y 96; US Open 89), y 15 títulos de dobles, con un balance de 713 victorias por 214 derrotas. A todo ello hay que sumar 2 Copas Davis, el Oro Olímpico en Barcelona’92 en dobles junto a Michael Stich, sus 12 semanas al frente de la clasificación ATP (trono al que accedió por primera vez el 28 de enero de 1991, tras su primer triunfo en Australia), 3 Masters (88, 92 y 95) y una Copa Grand Slam (1986). Unos éxitos que le llevaron a ser top ten durante once años, a embolsarse más de 25 millones de dólares  en premios y a ser uno de los jugadores más carismáticos de su época. Por todo ello, Becker ingresó en el Salón de la Fama del Tenis en 2003.

Edberg fue su gran rival y Wimbledon su casa

Sin embargo, a aquel alemán corpulento y de mirada determinada le costó siempre más de la cuenta esconder sus emociones, lo que daba ventaja a algunos de sus más experimentados rivales como McEnroe, Lendl o Edberg en momentos clave. Becker dominó los duelos directos frente a muchos números uno: McEnroe (8-2), Connors (6-0), Wilander (7-3), Edberg (25-10), Courier (6-1), Muster (2-1) y Ríos (3-2). Pero se le atragantaron Lendl (10-11), Sampras (7-12) y Agassi (4-10). Evidentemente hay notables diferencias de edad entre unos y otros.

Sus dos grandes rivales generacionales fueron Lendl y Edberg. Los enfrentamientos con el checoslovaco fueron míticos por el choque de estilos: el tenis directo frente al tenis agresivo desde el fondo de pista. Mucho más espectaculares si cabe fueron sus duelos con el sueco, su alter ego escandinavo. La quintaesencia del tenis de saque-red de finales de los años ochenta: contundencia versus precisión. “Edberg fue probablemente mi rival más duro. Jugamos infinidad de veces. Era un gran competidor en la pista, pero además era un gran chico”, recordaba Becker en el torneo de Bastad 2012, que celebró la rivalidad entre ambos. Becker y Edberg se enfrentaron en 16 finales (11-5 para el alemán), entre ellas una del Masters (1989; 0-1) y tres consecutivas de Wimbledon (1988, 89 y 90, con balance de 1-2).

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Diario AS

Y es que Wimbledon siempre fue especial para el díscolo alemán, que además de sus tres títulos perdió otras cuatro finales en la Centre Court londinense. A las dos de Edberg, se suman la de Stich y la de Sampras, su gran coco. “Pete era muy frío a la presión. Era horrible jugar contra él y no tener ni un punto de break”. En Wimbledon forjó su leyenda y allí disputó su último partido como profesional. En el verano de 1999, tras caer derrotado en cuarta ronda frente a Patrick Rafter, el público se puso en pie y dedicó una ovación larga y calurosa al hombre que década y media antes le robó el corazón para siempre. Quien escribe estas líneas nunca olvidará ese día. Desde entonces Becker no ha dejado de visitar la catedral, casi siempre acompañado de toda su familia, para disfrutar del ambiente y aportar su conocimiento como comentarista de televisión.

“Ganarle en aquella pista cubierta era imposible"

Sergio Casal es el tenista español que probablemente más padeció los estragos del bombardero de Leimen. “Era muy completo y tenía un saque muy difícil de restar. Especialmente en pista cubierta. Cada juego que sacaba, sumaba al menos un par de puntos muy fáciles. Además, tiraba con mucho peso la derecha y tenía personalidad y muy buena cabeza. Por eso era tan difícil superarle. El único pero que se le puede poner es que no ganó nunca un torneo en tierra”, recuerda Casal. “Jugué contra él en Hamburgo el año anterior a que ganara Wimbledon (1984). Tenía 16 años y me ganó (6-3, 6-7, 6-1). Algunos no se lo explicaban y yo les decía: ‘¡Joder, es que juega muy bien!”. El barcelonés se midió con él en otras cinco ocasiones y le arrancó dos meritorias victorias en la Copa Davis, en las primeras eliminatorias que enfrentaron a España y Alemania en 1985 y 1987 sobre moqueta y tierra batida respectivamente. “Él tenía un récord impresionante en Copa Davis. En su carrera sólo perdió tres partidos individuales y dos de ellos fueron contra mí”, añade orgulloso. “Mi mejor partido contra Becker fue en la Davis, en casa y con 2-2 en la eliminatoria. Salió cara. A mí me salía todo, él no jugó del todo bien, el público me ayudó… Fue el partido de mi vida”. Pero Becker también fue testigo del otro gran momento deportivo de Sergio Casal: la final de Paris-Bercy. “Pasé la previa, gané a McEnroe y en la final me topé con él. Ese día me di cuenta de que ganarle en aquella pista cubierta era imposible. No había huecos”.

Un fanático del tenis actual

Becker no es un tipo anclado en el pasado, algo a lo que ha contribuido que no ha perdido contacto con el deporte que le hizo grande. Tampoco es de esos extenistas que consideran que el tenis ha sufrido una involución en los últimos años, aunque es evidente que su estilo de juego parece estar definitivamente enterrado.

Boris es un admirador confeso de los tenistas que hoy dominan el circuito. En especial de Rafa Nadal, a quien conoció en Mallorca con 14 años por petición expresa del tío Toni, y al que consideró capaz de superar a Federer, “el hombre que ha cambiado el tenis en belleza, técnica, coordinación y juego de pies”, por la constante mejora del español. Por supuesto también frecuenta palabras de elogio hacia Djokovic, a quien ha entrenado, y hacia Murray.

Mujeres y coches, sus otras pasiones

La vida de Boris Becker fuera de las pistas siempre estuvo íntimamente relacionada con su patrón de juego. Nunca tuvo una actitud contemplativa, ni fue de especular o mirar mucho el dinero. Siempre que vio algo que le interesó fue derecho a por ello. Boris se puso los prejuicios de la sociedad alemana por montera posando desnudo en la revista ‘Stern’ junto a su primera esposa, la modelo de color Barbara Feltus, con la que tuvo dos hijos y de la que acabaría divorciado por su archiconocido ‘affaire’ con Angela Ermakova en la trastienda del famoso Nobu de Londres. Un escándalo surrealista destapado por el malogrado diario sensacionalista ‘News of the World’ y del que ‘Bild’ llegó a titular ‘Boris y el bebé, ¿un robo de semen?’. Un lío de faldas llevado a las portadas del papel couché que le acabó saliendo caro: 19 millones de dólares entre el divorcio y el pico que se llevó la modelo rusa, madre biológica de su hija Anna.

Se estima que nada más colgar la raqueta la fortuna del deportista alemán más conocido de los ochenta era de casi 40 millones de dólares, con otra cifra bastante similar en patrocinadores. Así se entiende que su primer coche fuera un Porsche 959. Con tan sólo 19 años. En el mítico programa ‘Top Gear’ de la BBC le confesó a Jeremy Clarkson algunos de sus excesos al volante por carreteras italianas, conduciendo a más de 300 km/h. Su pasión por los coches le llevó a adquirir tres concesionarios de Mercedes Benz, marca para la que se le contrató como embajador a pesar de sus continuas multas y excesos contractuales. De hecho, estrelló su coche contra un histórico ‘Flecha Plateada’ valorado en 8 millones de euros…

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WOLFGANG RATTAYREUTERS

De leyenda a empresario controvertido

Tampoco sus actividades económicas han estado a salvo de la polémica. El alemán que conquistó Wimbledon fue condenado por evasión de impuestos en 2002, tras haber admitido vivir en Alemania entre 1991 y 1993, periodo en el que oficialmente residía en Montecarlo. Fue condenado a 2 años de libertad condicionada y el pago de 500.000 dólares. Pero no pareció aprender la lección y la hacienda alemana le reclamó otros 3 millones de euros. Otro sonado fracaso fue su participación en la Torre Becker de Dubai, proyecto en el que asegura no haber puesto más que su imagen. Sin embargo, se creó una marca de raquetas con su nombre y la silueta de su mítico servicio como logo. Lógicamente, su condición de leyenda sigue dándole alegrías y reportándole beneficios, pasando por oficios como miembro de la directiva del Bayern, director del Masters de Hamburgo, columnista de ‘Forbes’, comentarista de la BBC y de Sky Sports, embajador de la Fundación Laureus e imagen de Poker Stars y Youwin, y hasta la temporada pasada entrenador de Novak Djokovic.

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GLYN KIRKAFP