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Una sensación de pertenencia

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En el recreo de mi colegio ellos jugaban y nosotras mirábamos desde unas gradas de cemento. Nos arremangábamos un poco la falda y charlábamos animadas con la merienda a nuestros pies. Ellos subían a clase sudorosos, oliendo a pubertad, y nosotras asistíamos impolutas a un espectáculo fétido de intercambio protocolar entre desodorantes y toallas. El fútbol les pertenecía. Ahí estaban sus medias y pantalones bajo los árboles de Navidad. Sus entrenos en el parque, sus pachangas, sus golpeos frente a garajes. Su rincón de compañerismo, su juego. Sus balones y sus reglas.

Los chicos de mi clase conocían, sin embargo, mi amor por el fútbol. Yo les contaba cada lunes el partido del domingo, la liturgia de ir al estadio, recitaba alineaciones y reproducía jugadas. También aparecía por clase con mi chándal de Umbro del Celta y con las diferentes camisetas de las equipaciones que almacenaba en el armario. Pero nunca me ofrecieron jugar al fútbol con ellos y yo tampoco se lo pedí. No me atreví aunque siempre lo pensé. Porque una cosa era ver y otra muy diferente jugar. Una cosa era ver y otra meterme en su liturgia como una intrusa a la que nadie había invitado.

Pienso ahora que qué suerte tienen esas crías y chicas que cogen un balón de fútbol y ya no se sienten en un territorio extraño. Eso es lo más meritorio y bonito que está consiguiendo la selección femenina en el Mundial. Universalizar, al fin, una sensación de pertenencia. Quizá ya dentro de un tiempo las jugadoras de equipos base ni siquiera tengan que recoger en en los pabellones las sobras que dejan los chicos o quizá comiencen a entrenarse en las franjas buenas de los campos, no cuando ellos terminen. Igual incluso las federaciones dejen de poner trabas y las narradoras deportivas dejen de sentirse intimidadas por la falta de referentes.

“Las mujeres no pueden jugar al fútbol”, seguirán pensando algunos ahora mismo, pero cada vez menos. Y eso es lo importante también. Importante por ellas, porque cojan balones sin reparos en un espacio que ya no le es ajeno; e importante por ellos, porque dejen de temer que ampliar el fútbol a las mujeres sea algo parecido a arrebatarles su identidad.