Todavía hay romanticismo
Los aficionados somos desde hace tiempo animadores involuntarios de la comercialización desenfrenada del fútbol.

La máquina de hacer dinero que es el fútbol moderno todavía esconde una versión romántica e idealista. Hoy se juega el primer partido entre el Mirandés y el Real Oviedo por el ascenso a Primera División.
De un lado, el Mirandés, un club de carácter genuinamente familiar, con una hinchada compuesta por 3.500 abonados, que es un 10% de la población de la ciudad industrial. Su entrenador, Alessio Lisci, decía el fin de semana en rueda de prensa que su equipo tiene “más ganas que presión” y eso es precisamente lo que los convierte en tan letales. Para Lisci “lo bonito del fútbol es que pueden pasar cosas diferentes y nosotros llevamos casi un año haciendo que pasen cosas diferentes”. Así es. Dos de los equipos con menos presupuesto, Mirandés y SD Huesca, han pasado toda la temporada en la parte alta de la tabla. No parece una casualidad.
Y de otro lado en el playoff final: el Oviedo y Santi Cazorla, a quien llegaron a decirle que no podría volver a jugar al fútbol después de un calvario intenso de lesiones, en especial una grave infección en el tendón de Aquiles que le hizo pasar diez veces por el quirófano. Su historia es casi un manual de autoayuda con el regreso a casa como capítulo final, como la parábola del hijo pródigo. Volvió cobrando 91.000 euros y añadiendo cláusula a su contrato por la que el 10% de las ventas de sus camisetas han de destinarse a la cantera. Y con 40 años y 180 días, se convirtió la pasada semana en el jugador con más edad que marca en una eliminatoria de ascenso a Primera.
Los aficionados somos desde hace tiempo animadores involuntarios de la comercialización desenfrenada del fútbol, un deporte con la amoralidad infiltrada en sus entrañas. La desigualdad salarial se ha disparado los últimos años. No es un defecto del sistema, es que el sistema está así montado. Así que es bonito y casi tranquilizador asistir a una eliminatoria en la que la vinculación emocional pesará más que la económica. Parece mentira, pero el romanticismo todavía es parte de la fuerza motriz del fútbol.
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