Potros salvajes
Ciertos jugadores del Madrid deberían recordar que formar parte del once no es un derecho adquirido, sino un privilegio.

Vinicius se queja amargamente al ser sustituido. Camavinga publica en redes sociales, no sin cierto toque de humor, que ha desbloqueado una nueva posición inédita para él: la de volante derecho. Valverde declaró, posiblemente en la peor semana posible, que su puesto natural no es el de lateral. Rodrygo, por su parte, ha pedido asilo esta temporada en la izquierda para abandonar definitivamente la derecha con la determinación del tránsfuga político. Se acumulan las exigencias, los gestos y los descontentos por las posiciones que ocupan unos y otros jugadores. Cualquier día Mendy se nos descuelga pidiendo jugar de falso nueve.
Nada de esto es del todo casual. Suele ocurrir con los cambios de entrenador. Tras cuatro años del guante de seda de Ancelotti, nadie quiere ceder ni un metro del terreno ya conquistado. Algunos incluso aprovechan el cambio de guardia para intentar consolidar un poco más su jerarquía dentro de una plantilla brutalmente competitiva. Pequeños juegos de poder, de esos que solo se entienden dentro de un equipo grande donde el ego también tiene taquilla propia.
Pero ciertos jugadores del Madrid deberían recordar que formar parte del once no es un derecho adquirido, sino un privilegio. Que no se gana uno el puesto por los años de antigüedad, sino cada semana. Que los servicios prestados sirven de poco si no se sostienen con rendimiento y actitud.
Es saludable que los jugadores opinen con personalidad, más allá de intercambiar los clichés habituales. Que usen su propia voz. Que manifiesten incluso cierto escozor si consideran que no juegan lo suficiente. Pero una cosa es tener voz y otra muy distinta es desafinar. Porque entonces se pasa del coro a la chirigota.
Lo preocupante no es una posición sobre el césped, sino en el mapa de la realidad. Algunos empiezan a estar muy perdidos, atrapados en el laberinto de sus propias ambiciones. Como Vinicius, peleándose ya hasta con su propia sombra, como en aquel anuncio de Égoïste.
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Xabi Alonso es un tipo discreto, contenido, alejado de la teatralidad de los aspavientos y de los pulsos públicos. Alguien que respeta y entiende el código del vestuario y que si puede decir algo en dos toques, no lo hará en tres. Acierta al no convertir los desaires de Vinicius en guirigay nacional. Sale reforzado tras un partido peligroso (esa curva por la que antes se precipitaron Benítez o Lopetegui) y ahora, con cinco puntos de ventaja, le toca invertir tiempo en la ambiciosa tarea de controlar ese volcán en permanente erupción llamado Vinicius.
Porque si algo ha dejado claro este Clásico, a un lado y al otro, es que a veces no está de más embridar el talento, el ego, las formas y las maneras. Los potros salvajes no ganan carreras.






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