Para los tenistas no existen escondites
Tenía que pasar y pasó: Nadal nos dice que se va. Le queda por escribir una última página, la Copa Davis en Málaga a finales de noviembre, que deseamos fervorosamente que sea feliz. Su adiós llega inmediatamente después del de Andrés Iniesta, sólo que este ya había salido de nuestro radar hace tiempo. Los futbolistas tienen escondites en los que estirar su decadencia cuando el tiempo les alcanza. Él se fue a Japón y después a Emiratos Árabes Unidos, cerca del refugio de Cristiano. Messi se ha ido a Estados Unidos, como en su día hicieran Pelé y Cruyff. Siempre es lo mismo: un lugar discreto donde vaciar las últimas sensaciones.
Para los tenistas no hay escondites, sólo un circuito de veteranos que supone en sí mismo la renuncia a la vigencia. Por eso a Nadal le ha costado tanto retirarse. Por eso y porque lleva tanto tiempo superando pronósticos de decadencia que ha pensado que podría vencerlos indefinidamente. Desde que tuvo 25 años ya decían grandes conocedores de este juego que con ese tenis suyo a revienta calderas no podría durar mucho. “Nadal está extendiendo cheques contra su cuerpo”, sentenció Agassi. Y, en efecto, su cuerpo ha sufrido, pero él ha sabido forzarlo. La pasión y la voluntad han podido más.
Pero el reloj no para, las hojas del calendario caen para todos y esto no podía retrasarse mal. Tan acostumbrados como estábamos a verle ganar, sufríamos con él cuando empezaron a menudear sus derrotas, pero seguíamos admirando su constancia. Ahora que se va, este final se disuelve en tantísimos triunfos a lo largo de esa carrera gloriosa abrillantada por una conducta ejemplar. El definitivo adiós será en Málaga, mano a mano con Alcaraz, al que deja un listón muy alto. Para él quedarán su familia, su academia, el cariño de su país y el respeto de todos los aficionados del planeta. No se puede aspirar a más.