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Laso merece una salida de leyenda

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Pablo Laso es uno de los mejores entrenadores de baloncesto de la historia del Real Madrid. Quizá, el mejor. Laso ha cosechado 22 títulos en 11 años, entre ellos dos Euroligas, además de seis Ligas, seis Copas, siete Supercopas y una Intercontinental. Ha ganado el 50% de los trofeos en liza tras disputar 33 finales de 44 posibles, tres de cada cuatro, y no se ha marchado ningún curso de vacío. Además, es el técnico con más victorias del madridismo: 659 en 860 partidos, un 76,6%. Su influencia en el banquillo blanco, números al margen, sólo es comparable a las de Pedro Ferrándiz y Lolo Sainz, dos iconos del club. No sólo ha encadenado un título tras otro, sino que logró frenar la dinámica ganadora del Barça, al que ha traído de cabeza durante largo tiempo. Laso devolvió al Madrid a lo más alto. Eso es incontestable.

Vayan estos datos y estas consideraciones por delante para entender la transcendencia de la decisión tomada por el Madrid de rescindir el contrato de Laso. Es difícil pronunciar una opinión inequívoca al respecto, cuando por medio se esgrimen motivos de salud. El club alega que tiene informes que desaconsejan que comience la próxima temporada a los mandos, después del infarto de miocardio que sufrió el 5 de junio, y que le impidió sentarse en el banquillo en la resolución de las semifinales ante el Baskonia y en la final ganada al Barcelona. El vasco, por su parte, argumenta lo contrario, que sus médicos no le impiden desarrollar sus funciones. Por encima de estos contradictorios pretextos flotan las deterioradas relaciones entre el entrenador y el área técnica del club. Sea por una cosa, por la otra, o por una mezcla de ambas, lo que más ha sorprendido ha sido el momento, después de levantar la Liga ACB y de frenar la racha triunfal del Barça. Y también, la forma. Sin entrar en cuestionamientos sobre la decisión, una figura como la de Laso merece una despedida de leyenda.