Las cuentas de la lechera
Es difícil de explicar la derrota de Carlos Alcaraz en su debut en el Masters 1.000 de Canadá sin caer en ciertos tópicos del deporte que en realidad no son tan tópicos, sino la base misma de la competición profesional, una perspectiva que muchas veces olvidamos. Son esos tópicos que dictan que no hay enemigo pequeño, que en la élite cualquier cosa puede pasar, que el éxito se decide por detalles mínimos, que la suerte hay que trabajarla en cada suspiro… En una disciplina como el tenis, estas condiciones universales multiplican su influencia. Si Alcaraz hubiera aprovechado su ventaja de 4-1 en el segundo set, en un duelo que parecía tener controlado, o si hubiera materializado su bola de partido en el tie-break de esa manga, esta columna tendría un sentido muy diferente. Pero no fue eso lo que ocurrió, sino que Tommy Paul, el número 34 del mundo, hizo un consistente encuentro ante el número cuatro, sin apenas fisuras, y logró remontar el marcador ante un rival al que consiguió desesperar por momentos. Carlitos sale del cuadro antes de lo esperado… Y el globo se desinfla.
Porque si hubiera ganado Alcaraz, esta columna seguramente hubiera recordado que el murciano llegaba a Montreal como segundo cabeza de serie, sólo por detrás del campeón, Daniil Medvedev, y con posibilidades matemáticas de auparse al número uno del mundo durante la gira norteamericana, dependiendo de los resultados de cada uno. El ruso defiende una barbaridad de puntos, 3.360, entre Canadá, Cincinnati y el US Open, mientras que el español sólo sumó 360 el año pasado en el Grand Slam. Con dos buenas actuaciones en los dos Masters 1.000, y sin Alexander Zverev y Rafa Nadal aún por estas latitudes, Carlitos podría haberse plantado en Nueva York con el liderazgo de la ATP a tiro. Pero nada de eso pasó. El cántaro se rompió y las cuentas de la lechera se fueron al traste. Tenis es tenis. Y hay que seguir golpe a golpe. Aunque suene a tópico.