NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

En verano no se pierde

Actualizado a

Un señor me habla de Uzuni en un autobús que se dirige a Pristina. Los albaneses siguen al Granada, saben cuántos goles ha hecho en Segunda. Descubro que Adem Ljajic tiene un restaurante en Novi Pazar y que la familia de Muriqi regenta un kebab en Prizren. Hay niños por las calles paseando con la camisetas del Al Nassr con el nombre de Cristiano Ronaldo serigrafiado en la espalda: a decir verdad, esto ya lo había visto en Barcelona. Algunas aún de Messi con el PSG: me pregunto cuánto tardarán en ser paisaje habitual las del Inter de Miami. Un chaval juega sobre seguro con Mbappé: lleva la de la selección francesa; esa no tendrá que cambiarla. En los bazares se venden uniformes falsos de equipos variopintos: más de extranjeros que de locales. Habrá que comprar los autóctonos, aunque la cutrez de la réplica sea espantosa.

Es verano, y aunque uno intente desconectar, nunca lo hace del todo. El fútbol está en todas partes, incluso en los locales más recónditos. Me llegan ecos de fichajes. El dueño de una cafetería en el sur de Serbia -una cafetería en la que no tienen leche- está exultante con los fichajes del Arsenal. Con Havertz, Timber y Rice cree que este año sí. Es lo que tiene esta época: no se puede perder, los sueños son libres y no hay realidad próxima con la que confrontarlos. Aunque, en este caso, parece una ilusión justificada: Arteta está montando un equipazo.

Lo que celebro con entusiasmo es no encontrarme con nadie que me pregunte si el Madrid va a fichar a Mbappé. En realidad, vivo muy ajeno a este asunto, y aquí la distancia sí ha jugado un papel sobresaliente. Sé que cuando llegue y me siente en el plató del sorteo de la Champions me pedirán que me moje sobre quién es este año el favorito, pero por fortuna queda tiempo aún para seguir meditándolo. Me da buena espina el PSG de Luis Enrique, incluso si se va su figura.

Escribo desde un bar, que se encuentra pegado a mi hotel, en el que suena la música a todo volumen. Hace veinte años -o diez, incluso- me preguntaría hasta qué hora tendremos el placer de disfrutar de la noche. Hoy mis veranos pretenden otra cosa: que la apaguen pronto, que hay que descansar.