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El disparate de las manos va a más

Buen partido del Villarreal, con victoria merecida sobre el Madrid. Sexta consecutiva del Villarreal con Quique Setién, tres en Copa y tres en LaLiga, una reparación que este hombre merece tras su malaventura en el Barça, donde cayó en una piscina de pirañas de la que difícilmente podía salir con bien. Ayer vimos, en lo que tuvo el partido de provechoso, cómo aplicó a los suyos a presionar los puntos débiles de la salida del Madrid, cómo rozó el gol por esa vía varias veces y cómo por fin lo logró, en un error de Mendy con un pase tan contraindicado como impreciso que dio lugar a un ataque fulminante que él mismo culminó en autogol.

Hasta ahí la parte formal del partido. La parte informal, que nunca tacharía yo de cómica porque no le veo maldita la gracia al asunto, llegó después en los dos goles de penalti, uno por cada lado. De nuevo manos de lotería, reñidas con el viejo concepto del fútbol. La primera viene por un roce en la mano de Foyty que no impide a Vinicius culminar la jugada con un remate cuyo rebote no fue gol de milagro. La otra es una caída de Alaba que está apartando la mano para que el balón no le pegue en ella, movido por un noble instinto deportivo. Si la hubiera dejado apoyada no le hubieran pitado penalti, según la tontería hecha ley por el nuevo testamento.

Estas dos manos majaderas, una de VAR, otra del árbitro de campo, para que no tengamos duda de que el arbitraje está contaminado hasta los tuétanos, dejaron las cosas como estaban: con el mismo gol a favor del que lo merecía. El Madrid, que ya creó alarma al salir sin ningún jugador nacional, se tomó el partido con una calma excesiva como empieza a pasarle con frecuencia, bien sea por los años que les pesan a algunos, bien por el sentir general de que el berbiquí de Vinicius acabará abriendo el agujero en la defensa rival. Pero no siempre pasa. Lo que sí pasa cada vez más es que el fútbol salga lastimado del continuo toqueteo del Reglamento.