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Carolina nos rompió a todos

Este domingo podía haber sido un buen día para escribir de los dos diferentes sabores que pueden dejar un bronce, cuando ganas o cuando pierdes. Sara Sorribes y Cristina Bucsa se van de los Juegos con el regusto de haberse impuesto en el partido por la tercera plaza en el dobles femenino, mientras que Enmanuel Reyes Pla se ha colgado la misma medalla, pero en su caso se certificó con una derrota en la semifinal donde buscaba la pelea por el oro. Son dos bronces que valen igual en el medallero, pero que saben muy distintos. Por si fuera poco, la derrota del púgil se aliñó con la polémica eterna del boxeo. También hubiera sido un buen día para escribir del Novak Djokovic-Carlos Alcaraz, la mejor final de tenis que se puede brindar en este momento, en la que el serbio ha conseguido por fin el único gran título que le faltaba, el oro olímpico, para completar el Golden Slam. El español ya tendrá tiempo para ello, pero de momento le tocó llorar. Las cosas duelen más en los Juegos. Tampoco hubiera sido mala opción escribir de cómo incluso campeones de la talla de Jon Rahm pueden autodestruirse para perder una medalla en una aciaga recta final.

Hay que escribir de todos estos protagonistas, y de más, pero a mí la imagen que se me quedó clavada desde primera hora de la mañana, y a la mayoría de aficionados españoles, fue el doloroso llanto de Carolina Marín, lesionada en una rodilla cuando tenía dominada la semifinal. La crueldad del destino fue tan brutal, que ni siquiera su rival, He Bingjiao, pudo retener las lágrimas. Carolina ya había sufrido dos graves roturas en 2019 y en 2021, esta última a dos meses de los Juegos de Tokio, en un periodo en el que también se vio golpeada emocionalmente por la muerte de su padre. Pero Carolina nunca se rindió: se recuperó, trabajó todo el ciclo olímpico, volvió a obtener grandes resultados y se plantó en París en un dulce estado de forma para intentar reeditar su oro de Río 2016 en su última presencia en unos Juegos. El acceso a la final estaba prácticamente asegurado cuando, de repente, su rodilla derecha volvió a romperse, y ella se desgarró por dentro, con el desenlace más despiadado que pueda asignarse a una historia de superación y resiliencia como la suya. Esto no es una película o una novela, esta es la vida real. Y las lágrimas de Carolina Marín son el dolor de todo un estadio, de todo el bádminton, de todo un país… Una injusticia para una luchadora que no merecía un final así.

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