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ME GUSTA EL FÚTBOL

La liga de los hombres extraordinarios

El fútbol era así, sus presidentes eran así, la sociedad era así de permisiva. No hay nada que añorar, pero es bueno repasarlo para saber de dónde venimos

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La liga de los hombres extraordinarios

Movistar tiene en emisión un serial de cinco capítulos titulado La Liga de los hombres extraordinarios que está impactando. Retrata una época de nuestro fútbol, y tangencialmente de nuestra sociedad, no tan lejana en el tiempo (o al menos no para los que ya vamos cumpliendo años), como en usos y costumbres. Una época que se evoca con indulgente ternura desde la nostalgia de los que vivimos aquello, pero que tiene que chocar y hasta espantar a ojos y oídos más jóvenes. El fútbol era así, sus presidentes eran así, la sociedad era así de permisiva. Les reíamos las gracias.

Hay comentarios que resultan impresentables hoy en día y más de una escena ya lo era entonces: el puñetazo de Jesús Gil a Fidalgo ante la nube de periodistas a las puertas de la Liga; o la bronca entre Cuervas y Lopera en un encuentro de radio que se pretendía cordial mientras entre ambos aparece la delegada del Gobierno, espantada entre el cruce de invectivas (“¡Maricón!” “¡Borracho!”).

Un tiempo turbulento en la que los clubes los dirigían personajes muy futboleros con éxito en algún negocio y deseo de promoción social, en algún caso para provecho político. Tipos listos, capaces de cortar un fideo en el aire, pero que no habían soltado el pelo de la grada. Repasemos: Gil, Caneda, Paco Roig, Irigoyen, Lendoiro, Núñez-Gaspart, Mendoza-Lorenzo Sanz, Cuervas-Del Nido, Lopera, Fouto, Solans padre, Marcos Eguizábal, Ruiz Mateos y señora… El límite de contención era variable, desde el nulo de Jesús Gil o Joan Gaspart hasta las maneras cortesanas de Ramón Mendoza, pasando por la cautela zorruna y gallega de César Augusto Lendoiro, pero a todos les saltaba el muelle antes o después. Vivían aquello con riesgo y pasión, siempre a la cuarta pregunta porque en aras de que su club quedara un puesto más arriba eran capaces de cualquier dispendio.

Debían a Hacienda, debían a los bancos, debían a los proveedores, debían a sus jugadores, se debían entre sí traspasos impagados. Nadie se atrevía a poner coto a aquello porque ¿cómo embargarle a un club la sala de trofeos? ¿Quién se atrevería a eso?

Pero también fue una época efervescente en la que sus exageradas personalidades empujaron al fútbol hacia arriba en una especie de marketing atrabiliario que no sé si se ha estudiado suficientemente. Fue también la época de Canal + con El Día Después, del nacimiento de las autonómicas y sus locuciones partidistas en lengua vernácula, de la bronca García-De la Morena, del estallido de la prensa deportiva, de la aparición de un generoso espacio deportivo en cada telediario, de los partidos los lunes, de la Guerra del Fútbol entre Polanco y Asensio, resuelta en una paz navideña que contrarió a Aznar.

El Estado trató de poner coto a los derroches con la transformación en Sociedades Anónimas Deportivas, obligada para todos menos Madrid, Barça y Athletic, para los que se ideó un subterfugio por su carácter semisagrado, y Osasuna, que resultó que él sí cumplía los requisitos planteados, bendita coincidencia que sirvió para adecentar la coartada. Pero nuestros personajes pasaron aquel fielato sin problemas. Gil, enseñando por la noche un dinero que retiró por la mañana, Ruiz Mateos acudiendo a última hora, en pijama y batín… Aquel plan incluía un pretendido control económico, pero el fútbol tenía muy desarrollados los anticuerpos y al primer asalto salió ganador. La pretensión de descender al Sevilla y al Celta por incumplir la norma provocó manifestaciones mayores que las de cierres de empresas emblemáticas.

Solo se los llevó el tiempo. La generación siguiente, criada ya en una España más civilizada, vino de otra manera. El precio de la resaca fue una deuda con Hacienda de 750 millones de euros, de 1.000 con la banca, de 500 de los clubes entre sí, de 79 con jugadores. De 42 clubes, 32 estaban en concursal. Hoy toda esa deuda está drenada porque los nuevos aceptaron unas normas comunes de disciplina financiera. Y sus divergencias las resuelven civilizadamente.

No se puede ignorar el empujón que la temeridad y la gramática parda de aquellos hombres le dieron a nuestro fútbol, pero no hay nada que añorar. Sí es bueno repasarlo para saber de dónde venimos. Y el retrato no puede ser más fiel.