Corriendo en el filo de la navaja
Esther Chesang, corredora trailrunning del equipo Skyrunners Kenia, ha sido sancionada por dopaje.
Cuando Stalin invadió Europa, por tercera y última vez, a finales de 1945, formó un gran campo de concentración en Alemania e intentó convencer al mundo de que era un nuevo país. Un país que se llamaría RDA. Se sabía que la R significaba república, la A era por Alemania, pero ni el tato entendió que era la D intercalada en las siglas de esa gigantesca cárcel. En 1989 con la caída del muro y la captura de informes de la Stasi se supo por fín a que obedecía la D: era de Dopaje.
Las autoridades del nuevo país RDA estaban tan decididas a convencer al mundo de la superioridad del régimen socialista, que no se les ocurrió otra cosa que ganar muchas competiciones deportivas, a cualquier coste. El deporte internacional fue para el Ministerio de la Seguridad del Estado (conocido como la Stasi) la plataforma perfecta de propaganda.
Así que en 1966 pusieron en marcha un gigantesco programa con cientos de médicos y científicos, para el desarrollo y preparación de medicamentos experimentales con los que obtener superatletas. El Plan Estatal 14.25, lanzado en secreto en 1974, ordenó el uso sistémico de drogas para mejorar el rendimiento de los deportistas de la RDA con potencial olímpico. Varios miles de atletas, se calcula que entre diez y quince mil, fueron tratados con andrógenos cada año, incluidos menores de edad. Se hizo especial hincapié en la administración de andrógenos a mujeres y adolescentes porque esta práctica demostró ser especialmente eficaz en el rendimiento deportivo.
Una de esas adolescentes fue Andrea Pollack, ganadora de cuatro medallas olímpicas de natación en los JJ. OO. Montreal 1976 y dos más en los juegos de Moscú de 1980. Dopada sistemáticamente, y sin su conocimiento, con Oral Turinabol. En marzo del 2018 murió, a los 57 años, por un cáncer provocado por todo el veneno que le habían inyectado las autoridades de la RDA. El plan estatal provocó un enorme abanico de efectos perniciosos para la salud (Hepatitis, enfermedades cardíacas, tumores o cáncer, entre otras muchas) en varias generaciones de atletas alemanes. Efectos de los que las autoridades eran plenamente conscientes. Se decidió que la gloria del socialismo estaba por encima de la salud o la vida de los ciudadanos.
Recientemente, ha sido noticia el dopaje de otra atleta: Esther Chesang. Corredora trailrunning del equipo Skyrunners Kenia, ganadora del pasado Ultra Pirineu y del Sierre Zinal, dio positivo en triamcinolona (un corticoide que se prescribe para enfermedades de la piel y que puede ser usado fuera de la competición) durante la celebración de un maratón en Kenia en febrero 2022, y suspendida por la federación keniana de Atletismo. El caso ha sido tan sonado que hasta el propio Kilian Jornet se ha pronunciado al respecto. Y como con casi todos los dopajes, va a tener repercusiones deportivas y económicas para la atleta en cuestión, otras competidoras y organizaciones deportivas. Y reconozco que yo no tengo mucha más información, si quieren documentarse más pueden leer el completo dossier que publica Carreras de Montaña.
Pero me gustaría dar mi opinión al respecto. Es cierto que el caso de Andrea Pollack y el de Esther Chesang son muy diferentes. La primera fue dopada contra su voluntad, por un régimen totalitario mientras que era menor y con una sustancia letal. Chesang, si se confirma la mala noticia, implicaría un acto voluntario de una mujer desarrollada y adulta con una sustancia que, en el peor de los casos, le provocaría una urticaria intensa.
Son dos casos extremos de un amplio abanico de dopaje, en el que la WADA (World AntiDoping Agency) incluye una amplísima lista de sustancias prohibidas para los atletas, con el fin de mantener “el juego limpio”.
Algunas de estas sustancias, son tratamientos comunes de afecciones cotidianas. Seguramente la mayoría de los deportistas aficionados daríamos positivo a 300 metros de cualquier punto de control antidoping. Yo desde luego, sobre todo cuando me da el jamacuco aquíleo o rotuliano, me suministro hasta magdalenas la bella easo con colacao para que se me pase.
Es evidente, que el positivo en dopaje en algunos casos debe ser inevitablemente involuntario. Casi nadie tiene un master en farmacología, muchos médicos no se leen la última circular de la WADA. Es posible confundirse de medicamento. Una vez me tomé un antibiótico pensando que era paracetamol. Las circunstancias pueden ser miles.
Pero incluso en los casos de dopaje voluntario y buscado, me abstengo de juzgar al atleta, en este caso Esther. Porque todos sabemos para qué se dopa un atleta: para rendir más y tener más opciones de ganar. Pero muy pocos saben el “Porqué”. Ignoramos la historia que hay detrás de ese “doping”, de ese riesgo para la salud. La explicación automática es que el deportista es un tramposo que quiere hacerse con el primer puesto con malas artes.
Es posible que Andrea Pollack no preguntase por qué le inyectaban cada día un vial. O que si lo hiciese creyese la versión oficial de que eran vitaminas inocuas. O que si mostrase algún tipo de rechazo la Stasi la amenazase con la pérdida del trabajo de sus padres o su propia libertad. A veces, la presión de triunfar en los deportes es tan poderosa que pocos atletas, por estoicos que sean, se pueden resistir a la tentación. Una décima de segundo puede ser la diferencia entre el primero y el segundo, pero también la diferencia entre poder realizar una carrera deportiva económicamente exitosa o volver a la pobreza más deprimente y a la imposibilidad de ayudar a sus familiares. Por poner un ejemplo ilustrativo.
Yo desconozco el porqué del dopaje de Esther de Andrea o del propio Lance Armstrong, así que no voy a juzgar a ninguno de estos u otros atletas involucrados en esta lacra. Pero sé del riesgo que conlleva.
Suspender a un atleta que ha dado positivo en doping es necesario. Sin excepciones, sin argumentación. Debe ser una regla del fuera de juego absoluta, del todo o nada. De la misma forma que a un delantero se le pita un fuera de juego por la uña del dedo gordo, tirando de líneas con las nuevas tecnologías. A pesar de que el delantero no quiera estar en fuera de juego y sea fiel al espíritu de la regla, a pesar de que el banderazo del juez de línea anule una de las jugadas más bonitas del fútbol, rematada con un gol que marca una década. El fuera de juego hay que pitarlo. El dopaje hay que sancionarlo, sin juzgar al atleta, pero sancionarlo.
Porque la alternativa es muy peligrosa. Es mejor tener a nuestros deportistas sin laureles, sin ingresos. Sanos y vivos, blindados contra la avaricia de algunos managers, a salvo de la locura de estados totalitarios o de sí mismos en un momento de debilidad. El dopaje siempre es correr por el filo de la navaja y la sanción, por dura que sea para el deportista, el único salvavidas.