Año nuevo, ilusiones eternas

Estrenamos año, bisiesto y olímpico. Lo de bisiesto provoca una rima pesimista y degradante que podemos dejar de lado si nos quedamos con lo de olímpico, que es como decir año de cita de jóvenes esforzados y capacitados para competir entre sí con el mejor de los espíritus. Esta vez será en París, y hoy es buen día para desear la mejor suerte a los que ya están clasificados o en vías de ello. Y bueno también para pedirles disculpas pertinentes: durante cuatro años apenas les prestamos atención, mientras ellos conviven con la fatiga y el dolor, pero luego en esos quince días clave les cargamos con la responsabilidad de nuestra atención ansiosa.

A todos ellos debemos devoción, pero me atrevo a otorgar un distingo preferente a nuestra Selección de fútbol femenina, que ganó la Copa del Mundo en lo que reconocemos casi unánimemente como el mayor éxito de 2023, sin desdoro de otros. Al título sucedió un episodio desagradable que sirvió para fortalecer al grupo en su dignidad y para que nos dejara, además de la alegría del título, reflexiones útiles para una mejora social. Ahora tienen muy cerquita los Juegos, a tiro de esa fase final de la Liga de Naciones en la que ni siquiera tienen que ganar. Yo espero que pasen y alcancen en París la gloria olímpica que merecen.

Ya ven, empecé hablando de olimpismo y acabé en el fútbol. Supongo que es inevitable. Nicolás Casariego escribe en su fenomenal ‘Rayografía’ que “el fútbol compite con Dios en omnipresencia”, y así es. En la Navidad hemos estado ayunos de liga española, pero hemos tenido la inglesa (incluso anoche), el partido estelar de la saudí y LaLiga Futures, legado de José Ramón de la Morena. Y para ya mismo tenemos Getafe-Rayo, Real-Alavés y Valencia-Villarreal, tres partidos de vecindad, a distancia de taxi, como aquel que dice, para evitar viajes largos en fecha tan aguda. Con Juegos y con fútbol, y con el regreso de Nadal, tengan ustedes un feliz 2024.

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