Quebranto del fútbol en Saint-Denis

Thierry Henry lo había advertido pocos días antes en una televisión inglesa. “Ojo, que Saint-Denis no es París”, lo que le acarreó muchas críticas en Francia. Pero tenía razón: Saint-Denis no es París, sino un ayuntamiento próximo de pasado ilustre donde están enterrados los reyes de Francia. Allí se colocó un gran estadio. No parecía mala idea, a medio camino entre París y el aeropuerto Charles de Gaulle. Pero los años lo han convertido en una ‘banlieue’ por la que ningún parisino se aventuraría de noche. Un espacio de esos que abundan en Francia y que explican que Marine Le Pen alcanzara la segunda vuelta en las dos últimas elecciones.

Turbas de jóvenes maleantes salieron a la caza del guiri hostigando a los espectadores antes y después del partido para hurtarles o atracarles. De paso intentaban colarse. A eso se unió el conocido incivismo de los hinchas del Liverpool. Fue un contraste que mientras Dalglish y Rush ponían flores sobre un gran escudo del Liverpool en recuerdo a las víctimas de Heysel, en las afueras una nueva generación estuvo a punto de repetir la catástrofe con sus avalanchas para batir la resistencia de la seguridad. Varios miles acudieron sin entrada o con entradas falsificadas que crearon mucha confusión.

Todo con una seguridad enrolada al modo de la economía actual: poca gente, mal preparada y peor pagada, incapaz de enfrentarse a eso. Más un día de huelga de trenes y un estadio pegado a una autopista, lo que dificultó los accesos y los controles. La corrección general de los madridistas hizo que de su lado los incidentes se redujeran a los asaltos de los golfantes del barrio que intentaban hacer su agosto, pero en el lado del Liverpool se rozó la tragedia por la reputada inclinación hooligan a la barbarie. Un quebranto para el fútbol del que Inglaterra y Francia se culpan mutuamente en vez de examinar seriamente sus propias responsabilidades.