Un trilero con camisa blanca
Decía Jorge Valdano esta semana que el Liverpool es un equipo sensato, que primero merece los partidos y después los gana. Imposible no estar de acuerdo, pero el Madrid es otra cosa. Es el borracho que tan pronto te está dando abrazos como te suelta una hostia en un bar a las cuatro de la mañana. Cuando eras muy pequeño tu madre te dijo que no te acercases a los perros, que esos bichos nunca se sabe por dónde pueden salir cuando les tocas las narices. Bueno, eso es este equipo. En el imaginario futbolístico de todo quisque aparece incrustado ese dato que reconoce la Copa de Europa como el escenario más cruel, pero no ha llegado ahí por casualidad. Nos los ha implantado el Madrid en la cabeza como Dom Cobb en ‘Origen’.
La imagen que mejor explica esto es la de Trent Alexander-Arnold tras el partido. Doblado y sonado en el centro del campo mientras las camisetas blancas se desparraman a su alrededor. Ese chaval es el santo y seña del Liverpool de Klopp. Es el jugador que define su estilo asalvajado. Un futbolista total. Físico y técnico. Sube como un demonio aunque a veces se le olvida mirar su espalda. Si no lo veo no puede hacerme daño, la filosofía que se cargó a tantos laterales prometedores. El Madrid solo necesitó leer esto una vez para castigarlo con su habitual saña. En esa administración del dolor, el Real Madrid es quirúrgico. Cuando Klopp se acercó a consolar al chaval, como rogándole por su salud que no se esforzara en comprenderlo, estaba abrazando también a todos los que no creyeron.
Decía Liedholm que trabajar de entrenador era genial hasta que empezaba el partido. Desde luego que es un deporte precioso cuando los expertos se equivocan. El Madrid iba al matadero en esta Champions porque había otros que presionaban mejor, que corrían más, que tenían a los mejores entrenadores y a las estrellas del futuro. El Madrid tenía un entrenador trasnochado, un centro del campo a punto de veranear en Benidorm y unos jóvenes bajo la lupa. Se comenta solo. Quizá debamos preguntarnos si realmente sabemos algo de este juego. Cada domingo, para el que lo quiera entender, el fútbol explica que lo suyo no son las matemáticas. Es un hombre malencarado moviendo tres cubiletes y una bolita para estafarte todo lo que lleves encima. El tipo lleva camisa blanca y al final siempre sonríe.