Mis disculpas a Carvajal

Suelo decir que me gusta el fútbol porque me gusta el ballet. Porque, en definitiva, me gusta el movimiento. Algo que compone la esencia de estas dos pasiones. La otra razón por la cual me gusta el balompié es que representa un símbolo de la democracia. No todo el mundo se siente legítimo a la hora de dar su opinión sobre las consecuencias de la guerra en Ucrania en el mercado internacional de los cereales o sobre los nuevos avances en materia de lucha contra la malaria. Yo, por ejemplo, no me atrevería a afirmar cosa alguna sobre estos dos temas. Sin embargo, nunca he dado una patada más o menos correcta a una pelota de fútbol, pero me siento legitimado cuando critico el partido realizado por un jugador. Yo, y todo el mundo. Por ello, el fútbol es seguramente una de las cosas más democráticas de este mundo.

Así que pensaba tener razón cuando estos últimos meses me metía con el juego de Dani Carvajal. Así que me sentía autorizado cuando decía en privado, pero también en las ondas, que el lateral madridista tenía que chupar banquillo y que el Real Madrid debía buscarle un sustituto para la próxima temporada. Una opinión compartida por muchos aficionados y observadores. Pero la semana pasada vi a Carvajal brillar como central contra el Chelsea y el domingo le vi jugar de lateral izquierdo y dar dos asistencias que valen una liga. Y me sentí un poco avergonzado.