Abrazo de alirón en el Sánchez Pizjuán
LaLiga ya no admite cuentas. Van cayendo las hojas del calendario y el Madrid no cede. Tiene calidad, tiene intensidad y tiene orgullo de campeón, sobre todo eso. Y le gusta remontar. Su segunda parte en el Pizjuán queda para el recuerdo: marcó tres goles y el árbitro, o la combinación árbitro-sala brumosa para ser más precisos, le privó de otro, en el que no fui capaz de ver mano de Vinicius. El partido estuvo cargado de polémicas en cantidad para alimentar las quejas de cualquiera de las dos partes. Un desastre de arbitraje redimido por la reacción del Madrid, por la forma en que dio la vuelta al partido y hasta por cómo lo celebró, en un abrazo de alirón.
No hay más remedio, no obstante, que dedicar un párrafo a Cuadra Fernández y a su socio en la sala brumosa, Iglesias Villanueva. Lo primero fue una mano muy visible de Diego Carlos, penalti indudable por el Nuevo Testamento. Luego perdonó una segunda tarjeta de cajón a Camavinga, con lo que trasladaba el agravio de lado. Todo eso antes del descanso. En el segundo tiempo llegó el gol anulado a Vinicius, por una mano supuesta, decisión mantenida tras ser avisado por Iglesias Villanueva y revisar. Que, por cierto, no le avisó de la mano de Diego Carlos. Óliver reclamaría una falta previa de Carvajal en el 2-2, pero me pareció puro cuento.
Un arbitraje cochambroso, en fin, feo decorado para un partido vibrante en el que el Sevilla hizo lo mejor en la primera parte y se adelantó con dos goles, ambos con colaboración de Militao. Luego se echó atrás y en eso se equivocó. Ancelotti sacó a Rodrygo, que entre el Chelsea y el Sevilla ha acumulado méritos. Él, Benzema y Vinicius pusieron la claridad necesaria en el área para dar sentido al empuje general. Impresiona la fe de este Madrid, esa especie de conciencia de invencibilidad de que se ha imbuido, ese ansia de lucha a despecho del colchón de puntos de que goza en LaLiga. Este equipo está para lo que haga falta.