Abro La Divina comedia, de Dante al azar, por la sección del "Purgatorio", y leo estos versos: "¡Oh, gente humana, nacida para volar!, / ¿por qué al menor soplo caéis vencida?". Asiento con gravedad y mi mente viaja hacia el partido de esta noche: el Barça se juega su pase a semifinales de la Europa League contra el Eintracht de Frankfurt, y no será fácil volar alto. Para los equipos instalados en el paraíso de la Champions, pasar una temporada en ese purgatorio es toda una lección. Se aprende geografía; se conocen aficiones que viven en un infierno de bengalas; se juega en jueves, por dios, el día menos futbolístico de la semana. Del sufrimiento surge entonces una mejor comprensión del mundo redondo, y uno entiende que todos los grandes equipos deberían pasar por ese mal trago de vez en cuando. Se corregirían así las actitudes prepotentes de algunos clubes y sus directivos: ahí están el Bayern de Múnich o el París Saint Germain, intratables y abusones en sus ligas, que ganan y celebran títulos sin entusiasmo, y su única reacción ante la derrota en Champions será más dinero, más fichajes, más sueños rotos.

Igual que Dante confiaba en Virgilio para su paso por el Purgatorio, no se me ocurre mejor guía que Unai Emery para entender el tránsito que significa ir de la Europa League a la Champions. Ganador cuatro veces de la competición de plata –tres con el Sevilla y una con el Villareal–, Emery y su equipo esperan ahora el rival de semifinales.

Su trayectoria confirma una vez más que el fútbol lo es todo menos previsible, y de eso viven las casas de apuestas. El Villarreal ha juntado una plantilla de las más compensadas en la actualidad, con talentos como Lo Celso o Trigueros, jugadores con experiencia como Albiol o Dani Parejo, y sorpresas explosivas como Chukwueze y Danjuma. En la rueda de prensa posterior a la victoria, Emery anunció: "No vamos a semis para que nos digan qué simpáticos somos, queremos jugar la final". Estaba llamando a las puertas del Paraíso, y ojalá le respondan.