Las partículas elementales
El tiempo coloca todo en su sitio, es bien sabido y aún más olvidado. El Barça de hoy no es el de Koeman, tampoco el que arrancó con Xavi, ni siquiera el que trituró al futuro campeón de Liga y semifinalista de Champions hace bien poco. Algunos elementos que destacaron al comienzo de la remontada pierden fuerza, como la emergencia de Adama y Nico; otros que apuntaban alto rayan lo estelar, como su pareja de interiores Pedri y Gavi, de los que hasta mi suegro, rácano en elogios a todo lo que no sea blanco, reconoce su brillantez.
Hay jugadores que aportan más de lo que indican los prejuicios, como Ferran o Eric, solo hay que mirar sus números. Y otros continúan alternando maravillas con torpezas, hola, Ousmane, Marc. Pero está bien que el suflé baje: estos dos últimos partidos, tan trabados y trabajados, deben recolocar las expectativas; ganar es difícil. El objetivo, antes tan lejano que parecía alcanzable, muestra ahora su cercana imposibilidad.
Lo que sí exhibe el equipo es ambición y una mentalidad mejorada, que no se excusa en carencias propias, errores arbitrales o fatalidades cósmicas. Del césped a veces sí hablamos, por si acaso, para dar gasolina al fuego de la rabia ajena. Nos gusta rasuradito.
El Barça ha demostrado orgullo postulándose para disputar la Liga estando tan lejos y muestra ambición también en sus objetivos en el próximo mercado de fichajes veraniego. Seguramente no consiga ninguna de las dos cosas, pero indica el camino a seguir: solo desde una intención grande se pueden conseguir triunfos. En un club con tanta pasión y potencial importan más las ganas y las maneras que los nombres o una liga más o menos. Eso es lo que le faltó al Barça estos últimos años.
No sabemos nada. En un tiempo en el que se tambalean las leyes de la física de partículas y por tanto nuestra íntima comprensión del mundo con el descubrimiento de la verdadera masa del Bosón W, cómo vamos a poder decir que Luuk de Jong no es el mejor delantero centro del mundo por minuto jugado.