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Benzema y los ojos de canica

El 20 de septiembre de 2017 fue un día bien curioso: mientras a mí se me atragantaban las felicitaciones por cumplir cuarenta años, a la cuenta oficial del Real Madrid en Twitter se le acumulaban las quejas tras anunciar la renovación de Karim Benzema: en Estados Unidos, semejantes olas de descontento suelen acabar en algún tipo de demanda colectiva. Impresiona, especialmente en días como hoy, echar la vista atrás y repasar con atención las reacciones furibundas que provocó aquel anuncio, aquella renovación del francés, un futbolista de corte exquisito al que una buena parte de la afición merengue se lo miraba con ojos de canica, duros e inexpresivos.

No hay club más clásico ni más práctico que el Real Madrid, donde el afecto al delantero es directamente proporcional al peso de los goles, como las toallas en Portugal. De Benzema contaban maravillas sus compañeros, sus entrenadores, el presidente, algunos analistas y, sobre todo, los rivales. Pero al madridismo le sonaba toda aquello a filfa, acostumbrado como estaba a la contundencia de tipos como Hugo Sánchez, Ronaldo Nazario, Van Nistelrooy o Cristiano Ronaldo. En el Bernabéu no hay más liturgia que el gol, y todo eso de bendecir jugadas y repartir peces se le antojaba una concesión al relato dominante que llegaba desde Barcelona, una impostura con la que no casaban sus leyes grabadas en piedra.

Karim Benzema celebra un gol en Stamford Bridge.
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Karim Benzema celebra un gol en Stamford Bridge.AFP7 vía Europa Press

Tanto le pitaron que, sin pretenderlo, terminaron construyendo un monstruo que ahora se ve capaz de silenciar cualquier estadio. Y no me extraña: cuando eres capaz de cerrarle la boca a los tuyos, lo demás viene rodado, incluida esta especie de adoración tardía –tiene 34 años– que, ahora sí, reclama la gloria de los premios individuales para el francés en horario matutino de lunes y jueves. Porque –esa es otra– si algo nos ha enseñado la historia es que ningún futbolista se mantiene como rey indiscutible del madridismo los siete días de la semana. La idolatría funciona allí como el ayuno intermitente, y a pocos futbolistas recuerdo yo que lo hayan interpretado mejor que el francés: un tipo que jamás reclamó el aplauso cómplice, regalado... ¿Para qué, cuando puede fabricarlos?