Clásico femenino con récord mundial

La final del Mundial de fútbol femenino de 1999, disputada entre Estados Unidos y China en el Rose Bowl de Pasadena, estableció un récord impresionante de asistencia: 90.185 espectadores. El fútbol, soccer allí, estaba avanzando entonces mucho en la sociedad americana, que veía en él como un añorado uso de la vieja Europa que sus antepasados abandonaron. Triunfó sobre todo en los colegios caros, más como deporte de práctica que como espectáculo. Y triunfó entre las chicas, cuando aquí una chica futbolista aún era mirada con desagrado. Eso explica aquella asistencia masiva a la final, contra China, ganada por las americanas en los penaltis.

Ahí había quedado ese récord, sobreviviendo al avance del fútbol femenino en Europa, donde la final de Champions más vista se había quedado en 50.212 espectadores (2012, OL-Frankfurt). Hasta hace poco nadie hubiera podido pensar que fuese justamente en España donde se batiera. Pero el empuje constante de un grupo de pioneras fue calando, como una lluvia fina, instaló el fútbol femenino en nuestros grandes clubes y éstos, en una competencia feliz, han ido abriendo sus estadios en ocasiones especiales en busca de un récord que propagara su causa: 48.121 en San Mamés, 60.739 en el Metropolitano, 91.553 ahora, en el Camp Nou…

Los escépticos podrán decir, sí, que son entradas muy baratas o regaladas, que ha habido un efecto emulación entre ciudades y estadios para favorecer el récord y que en este caso se reunían las mejores condiciones: Clásico de Champions con el Barça campeón, Alexia Putellas y su Balón de Oro, horario familiar… Por supuesto, el fútbol femenino está lejos del masculino, pero está más lejos aún de los inicios que yo conocí en los setenta, cuando se decía que ni era fútbol ni era femenino. Ahora recibe un apoyo institucional y social merecido y provechoso. Este récord resonará hoy en todo el mundo y hablará bien de nosotros como país.