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Xavi, Alemany y el optimismo de Laporta

Cuando Xavi cogió el Barça, en la jornada decimotercera, el equipo era noveno, empatado con Valencia y Espanyol a 6 puntos del cuarto puesto, portillo de la Champions, entonces ocupado por el Atlético. La duda razonable era si al Barça le daría para meterse en la Champions. Ahora es tercero a 3 puntos del Sevilla con un partido menos. Ya nadie duda de que irá a la Champions y los más optimistas hasta se atreven a pensar en el título vía una cadena de pinchazos del Madrid como la que se dio en el año de Queiroz. Una reacción extraordinaria, con el lunar del gravoso empate ante el Benfica, compensado por el rutilante 0-4 en el Bernabéu.

Ha sido una revolución silenciosa, basada en el método y la sencillez. Xavi llegó en una circunstancia difícil que cuando aterrizó encontró peor aún. No sólo había una seria relajación de la disciplina de trabajo en el primer equipo (ese fue el reverso malo de la estancia de Messi en el club; mandaron los futbolistas) sino que se encontró con el abandono en la cantera del modelo que él conoció desde niño. Chicos que subían desconocían cosas que eran el ABC en la Masia que incubó los grandes triunfos: la percepción del juego de posición, el hombre libre en cada cuadrado del campo… Por eso insiste en repetir que queda mucho trabajo.

Su tarea se ha visto favorecida por la remisión de la ola de lesiones, que llegó a ser insoportable, y por los fichajes de enero, en los que se ha notado la mano de Mateu Alemany. No logró el traspaso deseado de Dembélé, al que Xavi luego ha sabido aprovechar, pero sacó a córner a Coutinho, consiguió que los capitanes rebajaran o aplazaran parte del salario y atinó en las elecciones, sobre todo en ese Aubameyang a coste cero. Todo milagrosamente encajado en el control financiero, tema peliagudo. Xavi y Mateu Alemany han dado sentido al optimismo antropológico de Laporta y, efectivamente, el Barcelona ya se parece al Barcelona.