El ADN de Nadal y Alcaraz
A Carlos Alcaraz no le hace falta pasar por el diván, porque tiene la cabeza muy bien amueblada. La que da salir de una pedanía de Murcia, el Palmar, y currárselo con modestia. Como se lo curró partiendo desde Manacor un tal Rafa Nadal. Sabe lo que quiere (llegar al número uno y ganar Grand Slams, lo ha dicho él con la seguridad del que se sabe uno de los elegidos) y está en el camino de conseguirlo. Para lograrlo (que lo conseguirá) un psicoanalista le hablaría de la necesidad de 'matar al padre'. La metáfora que empleó Sigmund Freud para describir ese momento en el que el hijo sale de la sombra de su progenitor y vuela. No hace falta decir que el padre, el macho alfa, el tótem del tenis español y del tenis mundial es Nadal. Ejemplo entre los ejemplos. El espejo en el que cualquiera querría mirarse y verse reflejado.
La primera vez que Alcaraz se encontró a Nadal enfrente fue en Madrid. El día que cumplía 18 años. Nervioso como un flan, aún muy verde, se llevó un 6-1 y 6-2. El fulgor del padre aún le cegaba. En Indian Wells, tan sólo diez meses después, sí salió dispuesto a acabar con él, porque ya está preparado. En ese escaso tiempo, ha logrado tres títulos (contando el Masters NextGen), ha derrotado a varios top-ten, ha rendido al público y a sus compañeros, es virtual 16º del mundo, se ha convencido de que puede ganar a cualquiera, ha mejorado espectacularmente su físico y quien le mire ve en él a Nadal. En unas condiciones de viento infernales, donde el balear se maneja como nadie, compitió para ganar. No tocaba, porque Nadal, simplemente, no es de este mundo y aún es inmortal. Pero su día llegará más pronto que tarde. Hasta Rafa lo sabe... Es ley de vida. Y lo bueno es tener la seguridad de que Alcaraz será un dignísimo heredero. Tienen el mismo ADN. Aunque no sean familia, lo parecen.