Clásico de negro sobre fondo blanco
Antes de mi primer Clásico consciente, entonces derbi, con Cunningham bailando en el Camp Nou de Estudio Estadio, ya había visto al Real Madrid ganar al Barça. Visto, y leído, a todo color, porque hubo un 2-3 que me marcó aunque no aparece en la estadística: lo descubrí en un viejo cómic de Eric Castel, futbolista francés de los tebeos que llegó al Barça para olvidar una lesión en el Inter y se quedó durante 15 álbumes, aunque en dos de ellos ficha por un PSG que ya resultaba antipático. Aquella victoria madridista en el primer libro de una saga magistral en su narrativa de los partidos en viñetas y en su abrumador detallismo de línea clara se debió a que el ídolo creado por Raymond Reding (belga como Hergé, como Edgar P. Jacobs, como Morris; y como Tintín y Spirou: Bélgica es el Brasil del jogo bonito en la historieta) no tuvo su día en aquella jornada de papel y tinta. Eric Castel tenía demasiadas cosas en la cabeza.
Teorías para antes de un Madrid-Barça hay muchas, aunque varias contradictorias entre sí, todas válidas a fuerza de ventajismo. La de los vasos comunicantes del gran Relaño, la del que más lo necesita, la del que llega menos presionado, la del que no juega eliminatoria europea antes o después, la del que llega peor clasificado, la de que ambos juegan mejor fuera de casa, olvidando que me pegué 20 años sin ver al Madrid ganar en el Camp Nou, de Juanito 1983 a Ronaldo 2003.
Por qué no añadir una más, la de Eric Castel, la del aquí y ahora, la del que tiene más clara la importancia intrínseca del partido. Que nada, ni siquiera los títulos, te distraiga de un Clásico. Ni el procés, ni las bajas, ni los fichajes, ni los cruces de Champions, ni los puntos de distancia. Ni, por mucho que me moleste y no entienda el palo a la tradición (ya me chocó la camiseta a líneas horizontales del Barça, pero puede ser algo generacional: muchos jóvenes no ven mal que se conmemore un partido así con una camiseta original), que el Real Madrid vista de negro. Un Madrid-Barça deja una huella que hace temblar las rutinas, desborda la memoria y recupera el color de los cómics.