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La magia del Madrid. Por noches como esta daré eternamente las gracias a mi padre por haberme hecho del Madrid. Él me enseñó desde niño que el Madrid y la Copa de Europa son amantes indestructibles, siempre de la mano, adheridos por una emocionalidad especial que solo entienden los madridistas que llenan las gradas del santuario del Bernabéu cada vez que toca apelar a esa magia que solo se siente en este paraíso futbolístico de La Castellana. Papá me hablaba de las seis Copas de Europa (todas en color, por cierto), de Di Stéfano, Puskas y Gento, de la grandeza de esta afición que conseguía arrugar a los enemigos por mucho nombre que tuvieran. Una leyenda que se ha ido heredando de padres a hijos. Por eso, cuando Benzema consumó la gesta con un hat-trick imperial que le hizo superar al mismísimo Di Stéfano me emocioné pensando en lo que estaría sintiendo mi hijo Marcos, que a sus 19 años ha visto ya cuatro Champions casi seguidas. Pero aparte del gol salvador de Ramos en Lisboa no sabía lo que era la locura de una noche de Champions en el Bernabéu cuando al Madrid le dan por muerto. Se lo dije en el descanso. Espera, Marcos, que cuando dijo Juanito lo de “Noventa minuti en el Bernabéu son molto longo” es porque equipos como el Inter, Borussia, Anderlecht o Bayern lo sufrieron en sus carnes. Una vez consumada la gesta le telefoneé y su voz estaba rota por los gritos de gozo y por la emoción de sentir que había sido partícipe de un momento grandioso en su corta existencia. Y mi pecho de padre se llenó de orgullo por haber puesto mi granito de arena para que él sea más feliz el resto de su vida por haber elegido al mejor equipo de la historia, igual que mi padre lo hizo conmigo. Eterno Madrid.

Genio Karim. Su actuación fue colosal. Con 34 años le explicó a su hermano pequeño, Mbappé, que todavía le falta vestir de blanco para ser el verdadero número uno del mundo. Kylian había dado una exhibición en la primera parte, con un gol y otro anulado por fuera de juego. Cada vez que corría parecía una estampida, Carvajal se veía de nuevo desbordado y el Bernabéu apagaba su fuego, resignado al fichajazo que llegará el 1 de julio. Pero tras el descanso, todo cambió. El Bernabéu encendió el modo remontada, Karim encendió su lámpara maravillosa, el otro abuelo Luka Modric se alió en la conjura para acabar con los clubes-Estado y Ancelotti lo bordó con los cambios. Los segundos 45 minutos pasarán a la historia de los grandes momentos futbolísticos del Siglo XXI. Benzema le robó la cartera a Donnarumma y abrió la lata. Después, Modric hizo un corte a Messi que se celebró como el gol de la Novena en Glasgow. Ahí enloqueció la grada y llegó el 2-1 de Benzema. Y en pleno éxtasis el francés firmó el 3-1 de la gloria. A partir de ahí todo fue una locura. El Bernabéu gritó a pulmón “Así, así, así gana el Madrid” y “Reyes de Europa, somos los Reyes de Europa”. Y recordó a los megamillonarios del PSG que los jeque-dólares, el petróleo y el dinero a raudales no te hace mejor, solo más rico. El Madrid está construyendo un estadio que será la ‘Octava Maravilla’ del Mundo con el dinero de los socios (mi hijo y yo estamos orgullosos de ser dos de los 100.000) y con el orgullo de tener una camiseta y un escudo con el que sueñan los mejores jugadores del planeta. Por eso, Kylian seguirá negando al Emir al grito, de “Qatarí que te vi”. Mi padre, que lleva unos días pachuchillo en el hospital, me llamó como una moto: “¡Tomás, este es nuestro Madrid!”. Claro que sí. El Madrid es eterno.