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El premio de Ayuso a la Quinta del Buitre

Durante la Transición los madrileños tuvimos un motivo para sentirnos desconcertados. El proceso autonómico provocó una primavera de identidades propias por todas partes, unas donde sabíamos que siempre las había habido, otras donde nunca lo hubiéramos sospechado. En cada lugar había un porqué, un momento histórico, una personalidad distinta, una bandera. En aquella primavera identitaria Madrid se convertía, por descarte, a un decantado de funcionarios llegados de cualquier lugar, un viejo poblachón manchego sin más seña propia que haber sido escogido un día como capital por un Austria porque tenía cerca buenos terrenos de caza.

No nos quisieron ni en Castilla-La Mancha y tuvimos que hacer nuestra propia comunidad a desgana. Pero quizá por eso nos agarramos a lo nuestro con un cariño nuevo. Fueron los años de La Movida, de los bandos de Tierno Galván en castellano antiguo, del refulgir de Las Ventas con Antoñete como figura máxima… Y de La Quinta del Buitre, madrileños como Antoñete cuatro de ellos, que fijaron en la memoria una de las épocas más felices del Madrid. La pasión por entrar en el Bernabéu en aquellas noches europeas en las que afrontaban el desafío de remontar una goleada ni se había visto antes ni se ha vuelto a ver después.

Suele decirse con ligereza que el fútbol no tiene memoria. Sí la tiene. A los futbolistas se les trata mal en el último trance, cuando los años les convierten en demasiado vistos y peor cuando su rendimiento baja, pero después de la retirada el recuerdo se engrandece. La Quinta hizo un fútbol generoso y artístico que llenó de luz una ciudad que los necesitaba y los aclamó. Ahora la Comunidad de Madrid ha tenido el acierto de ofrecerles este reconocimiento que viene, de paso, a introducir un guiño feliz en estos días lúgubres que viven nuestras instituciones. Han pasado 35 años, pero da gusto verles ahí, jóvenes y sanos, acudir de nuevo al rescate.