La venganza

La risa o el habla son privativos de los humanos. La venganza, no. El joven gorila, que ha salido vapuleado cuando ha intentado destronar al espalda plateada, puede dar un paso atrás y esperar pacientemente su turno durante años. Un día, cuando el viejo líder enferma, le ataca y expulsa del clan, empleando a veces una saña tan desmedida que permite pensar que la revancha no es exclusiva del homo sapiens.

Hay venganzas individuales, que se van cocinando a fuego lento, mientras se rumia, en soledad, el dolor y la posibilidad de desquite. Cuando el árbitro pitó penalti contra la Real Sociedad en el partido de Copa ante el Betis, un ex-realista, Willian José, pidió lanzarlo. Su compañero Juanmi contuvo las expresiones de alegría después de anotar dos tantos, como signo de respeto a su antigua hinchada. También Luis Suárez pidió perdón ayer en el Camp Nou tras su gol. Pero Willian José hizo lo que más duele: tras marcar, se golpeó el pecho sobre el escudo de su nuevo equipo. Tenía cuentas pendientes.

Luis Suárez pide perdón por el gol.

Se dice que la Segunda Guerra Mundial fue una respuesta a la humillación que experimentó el pueblo alemán tras la contienda precedente. Según una arcaica concepción, el agravio solo queda reparado con otro semejante, como si rigiera una especie de equilibrio cósmico. Ojo por ojo. El Athletic ha apeado al Barça y al Madrid de la Copa con un despliegue de coraje que va más allá de lo habitual. También al público de la Catedral se le vio encendido, con sed de venganza, sin duda con el recuerdo fresco de la Supercopa y la paliza que les dio el Barça en la última final copera. Son revanchas colectivas.

La venganza está basada en el deseo de ocasionar al rival el mismo dolor que uno ha experimentado por su culpa tiempo atrás. Hay que resarcirse para quedar en paz. En el amor se vengan las infidelidades, y en la política, cuando dos facciones de un partido se disputan la primacía, el vencedor suele mostrarse implacable: condena a sus antiguos compañeros al ostracismo. Hay venganzas sangrientas, inhumanas, como las vendettas de la Mafia o las represalias en Guantánamo. Y otras, más civilizadas, como las que nos proporciona el fútbol. Confinar la ley del talión a un deporte resulta una invención eficaz. Igual aplacamos así nuestro impulso de matar al semejante, algo que también compartimos con otros primates. Larga vida al juego que reconduce nuestros instintos más salvajes.