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El bohemio habilidoso

En ningún lugar como en Argentina corren tan en paralelo la fascinación por el fútbol y la literatura. Sí, puede que en el Reino Unido se publiquen más libros sobre futbolistas, pero suelen estar en el terreno seguro de la biografía de éxito y sin importarles la calidad literaria. Salvo algunas excepciones —Nick Hornby, David Peace, Simon Kuper— no existe esa correspondencia casi metafísica que ofrecen el fútbol o la literatura entre los argentinos. El joven que despunta por sus cuentos, o por sus gambetas, crea expectativas similares. Allí se descubre, se analiza, se critica y se venera al futbolista de la selección nacional igual que el nuevo libro de un autor consagrado. Así también, tal que existe un culto al escritor maldito, oscuro y raro, se recuerda a la promesa futbolística que no fue o no quiso ser, al rebelde que se quedó en el camino por algún drama, al ídolo local que mereció más.

El fútbol argentino también tiene sus Borges y su Arlt, sus Cortázar y sus Lamborghini. Por eso el nombre de Diego Maradona lleva asociado el de Ricardo Bochini, el ídolo de Independiente que fue un referente de la selección fantasma, la albiceleste alternativa, descartado para el Mundial 1974. El inventario de estrellas fugaces es largo y en él deberían salir René Houseman o Beto Alonso, por ejemplo, o futbolistas suicidas como el uruguayo Abdón Porte y el Gaucho Cabañas. Otro de esos ídolos malditos fue el Trinche Carlovich, mito que sobrepasa a su juego, inventor—dicen— del doble caño, el hombre que pudo ser el mejor y no lo quiso, el bohemio habilidoso. La leyenda del Trinche aún creció más a partir de su muerte, en mayo de 2020, a los 74 años. Como muestra reciente, el espléndido poema que le dedica el escritor y traductor Edgardo Dobry en su último libro, El parasimpático: "El Trinche pensaba de los entrenamientos / lo que Miles Davis del ensayo: / solo a los mediocres, ajenos a la gracia / de la improvisación, les aprovecha; a los genios merma inventiva y la frescura".