Futbolistas que construyen herencias familiares
Hay jugadores que, más que aficiones individuales, construyen herencias familiares. Paco Gento es uno de ellos. Muchísimos madridistas se aficionaron al fútbol con su figura, cuando el Real Madrid coleccionaba copas y en 24 de ellas aparecía su nombre. Ese madridismo íntimamente familiar, cimentado sobre la figura de Gento, pasó de padres a hijos, de hijos pasó a nietos y los nietos lo pasarán a sus descendientes o, al menos, lo intentarán porque hay pocas cosas en la vida que uno trate de perpetuar más en el salón de una casa que la afición a un equipo; quizá, como mucho, la afición a la siesta.
A mí el celtismo me llegó en herencia y sin firma notarial gracias a Manuel Fernández Fernández, más conocido como Pahíño, a quién mi padre veía meter goles cada domingo desde la grada de Tribuna. Mi padre se hizo del Celta por Pahíño, y yo soy del Celta por mi padre. Así que, indirectamente, soy celtista gracias a un delantero que sólo conozco de oídas y hemerotecas. Me pregunto cuántos celtistas lo serán dentro de ochenta años gracias a Aspas, por ejemplo. O cuantos niños aún no concebidos seguirán cada domingo al Athletic gracias a Aduriz, o al Atlético por Torres, sin haberles visto nunca tocar un balón.
Un millennial quizá no se vea representado en el juego del Madrid de Gento, no tan táctico ni físico como el actual. Pero es ahí, en aquel fútbol en blanco y negro de cronómetros y equipaciones sin obsolescencia textil programada, donde está el anclaje emocional con su equipo, el decorado común entre generaciones. La lealtad futbolística, a diferencia de otras lealtades de la vida, no suele computar como asignatura de libre elección, suele ser parte de una resistente cadena genética. Por eso hay futbolistas que deberían aparecer en los árboles genealógicos, como profesores de una orla. Hay futbolistas que pertenecen a las familias. Llevan décadas sentándose en sus mesas y trazando sus rutinas. Paco Gento es miembro de muchas de ellas.