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Muchos nombres salen reforzados de esta Supercopa: Benzema, Modric, Ancelotti, Courtois. Pero nadie habla del MVP de mi corazón: Ferland Mendy. Solo por esa jugada suicida que protagonizó en el minuto 90 ante el Barcelona, ejecutando una insólita ruleta en su propia área, ya merecería un premio aparte. Si congelas el fotograma de ese instante, resulta escalofriante: Courtois está fuera de la portería y un Mendy rodeado de tres rivales blaugranas emprende en dirección contraria una serie de regates, a cada cual más insensato, en un claro momento de enajenación mental transitoria. Jugó sin red.

Cualquiera que vea jugando al francés podría pensar que nunca escuchó ninguna de esas instrucciones que repiten los entrenadores en categorías inferiores: "portero también juega", "nunca un pase horizontal en el área" o "el último no regatea". Porque Mendy no sigue ninguna de esas reglas establecidas. Piensa siempre fuera de la caja y vive alejado de su zona de confort. Debería dar charlas TED y hacerse influencer de emprendedores porque ningún jugador representa como él la querencia por el riesgo y el desprecio por lo convencional. No entiende de peligros, solo de llamadas a la acción. Cuando a los demás el balón les quema, Mendy la quiere. Mendy la quiere, hasta cuando no debe. En Anfield, en la eliminatoria contra el Liverpool, casi me tienen que hacer la maniobra de Heimlich cuando se me atragantó un anacardo al verle cruzar varios pases kamikazes en la frontal. Cuando en la final el Madrid se quedó con diez tras la expulsión de Militao, con todavía 6-7 minutos por delante, algunos ya temíamos que Mendy intentara una cola de vaca en el área ante los hermanos Williams.

Mendy contiene multitudes. Juega poseído por distintas personalidades. A veces es un lateral defensivo inexpugnable. A veces es Cafú. A veces Napoleón. Porque de golpe le ves deambulando por zonas de ataque del campo y nadie entiende muy bien qué trama por delante de Vinicius el bueno de Ferland. Recuerda a una de esas cabras que aparecen de repente subidas a los lugares más insospechados posibles, como la copa de un árbol o la escarpada ladera de una montaña, con cara de total naturalidad. Hasta que en una de esas jugadas impropias suyas, desbordó hábilmente a Alves, ayudando a poner de nuevo al Madrid por delante.

Mendy es un iconoclasta, como Philippe Petit, aquel tipo que se atrevió a cruzar andando sobre un cable de acero las Torres Gemelas, ignorando a transeúntes, policías y helicópteros que le trataban de disuadir. "Sé que es imposible, así que vamos a empezar a hacerlo".

Mendy es nuestra cabra, nuestro Napoleón, nuestro Philippe Petit, nuestro cable de acero entre torres. Para qué conformarse con existir, pudiendo vivir como Ferland Mendy.