El Madrid batió a un Barça renacido
Ya no es el Clásico de Mourinho y Guardiola, de Cristiano y Messi, pero aún es un espectáculo capaz de satisfacer la expectación mundial que provoca. Lo ganó el Madrid jugando en su modo Ancelotti, dejando la iniciativa al contrario para robar y correr. Lo perdió el Barça jugando en su ley, presionando arriba, arriesgando ante un enemigo temible cuya alineación la rematan Vinicius y Benzema, que ya acumulan 38 goles en lo que va de temporada. Perdió, pero no se puede reprochar nada. Por primera vez en mucho tiempo vislumbramos un Barça solvente que llevó al Madrid al límite, a la prórroga. Perdió el partido, pero recuperó la ilusión.
No fue el Clásico desequilibrado que se presentía. Sí empezó con clara superioridad del Madrid, que salía de la presión con comodidad y llegaba al remate, pero a partir de marcar cometió el pecado de relajarse en exceso. Lo contrario que el Barça, que apretó las clavijas, le cerró la salida y le creó peligro con las penetraciones de Dembélé y la insistencia de Luuk de Jong, autor del empate. Curioso caso el de los De Jong: el delantero, que antes era malo hasta la comicidad, ahora resuelve; el medio se ha esfumado, pesa menos que cualquiera de los jóvenes chavales del Barça. De hecho desapareció en el descanso y el Barça fue a más.
El segundo tiempo y la prórroga fueron magníficos. Vimos reaparecer a Pedri y a Ansu Fati, los dos con buen aire. A Pedri le coloca Xavi más arriba, como jugaba en Las Palmas. Un acierto. Vimos a un Modric inmenso, hasta que se fue agotado, y a un Benzema igual de inmenso pero inagotable. Vimos un partido jugado con plenitud de esfuerzo y máxima deportividad, vimos más goles, vimos al fútbol desplegar sus mejores valores. Vimos el contraste de dos estilos, un equipo que espera, otro que va, cada cual ejecutando su pauta con convicción. El Madrid pasa a la final y está contento, pero el Barça no está triste porque se ha reencontrado.