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Fortuna e infortunio del jugador

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Un exfutbolista de Primera hace cola en una administración de lotería. Aunque no fue tan célebre como Ronaldinho, Christian Vieri, Darío Silva o Zamorano, tiene en común con ellos que metía goles en nuestra Liga y que acabó arruinado, después. Varios estudios demuestran que un alto porcentaje de jugadores va a la quiebra especialmente en los primeros cinco años tras la jubilación. Mi madre diría que les está bien empleado porque son "manirrotos". Pero, además, el futbolista se embarca en inversiones ruinosas, a menudo pésimamente asesorado por amigos y familiares que solo buscan sacar tajada.

A los profesores universitarios nos pagan por dar clase, pero también por investigar; por pensar, en definitiva. Me arriesgo a formular la siguiente hipótesis: los delanteros se arruinan más que los defensas. Le expongo mi teoría a Valdano. Cree que tal vez no ande descaminado: "Para ser delantero, te sirve el instinto. En cambio, para ser lateral derecho, si tú has seguido las reglas, puedes llegar. Y eso te va a permitir ser ordenadito en las finanzas. Además, el delantero suele ser el famoso. Se piensa: 'yo con mi nombre puedo hacer de todo'. Es atrevido".

Por el contrario, el defensa vive viendo venir el peligro y, ante la duda, manda el balón al tercer anfiteatro. Es un tipo conservador. Lo suyo es desbaratar ocasiones de gol, no llevar la iniciativa. Le comento mi teoría a Pablo Alfaro, el ex del Sevilla. Reconoce que "el defensa vive de la seguridad, el delantero del chispazo. Cuando el error te condena, eres más prudente".

Si mi hipótesis está en lo cierto, el impulsivo y optimista delantero se estrella cuando invierte. Es lógico: su juego consiste en apostarlo a todo o nada en cada regate. En los negocios, hace lo que sabe: aplicar la intuición, pero en un ámbito que desconoce. Prueba como empresario porque en su día levantó un partido con un hat-trick y se cree capaz de todo. Confía en la suerte y, así, juega en bolsa o al póker, donde Vieri perdió 16 millones de euros. Siento compasión ante quien el destino se la ha jugado, aunque fuera un millonario inconsciente. Conmueve verle aguardar su turno para comprar un décimo del Niño, esperanzado en atinar con un golpe de fortuna en el último minuto. Que Dios reparta suerte.