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Casi todos fuimos el Andratx

Urge reivindicar la belleza de las Copas nacionales en un mundo cada vez más global, más orientado a crear torneos paneuropeos, incluso planetarios. Lo hemos hecho ya muchas veces, pero nunca sobra una más: la amenaza del desprestigio es gigantesca y se expresa de muchas formas. Se expresa, a veces, en la casi indiferencia del campeón cuando éste es un transatlántico que sueña con glorias más glamourosas. Se expresa también en restarle trascendencia a las eliminaciones, incluso afirmando que son ventajosas porque despejan el calendario y permiten concentrarse en lo verdaderamente importante. Y contra todo el pragmatismo de estos discursos sólo podemos contraatacar con fotografías, con escenas de campos de pueblo llenos hasta la bandera, con el aroma a oportunidad histórica que sobrevuela cada terreno de juego modesto cuando lo visita una entidad profesional.

Los jugadores del Andratx dan las gracias a su afición
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Los jugadores del Andratx dan las gracias a su aficiónMIQUEL A. BORRASDIARIO AS

Andratx, un pueblo del oeste de Mallorca, se resituó en el mapa el miércoles a ojos de la España futbolística: recibió a un club de Champions con las cámaras de un canal de televisión en abierto en directo. Dos exinternacionales de prestigio como Kiko y Morientes tuvieron que comentar la maestría en el golpeo de balón de Llabrés, un jugador de Segunda RFEF al que antes de prepararse el partido seguro que no conocían. Cuando llegó la tanda de penaltis, quizá sólo los hinchas del Sevilla querían que ganara el grande. La Copa consigue estos fenómenos sociológicos tan difíciles de lograr en otros ámbitos: agruparnos a todos alentando en la misma dirección, la del pequeño sin posibilidades que desafía las crueles lógicas del mundo de hoy, tan condicionado por el dinero. Durante ese efímero instante, aquel equipo nos representa a casi todos: juegan para sí mismos y para su gente, pero también para sus semejantes, para todos los Andratxs de España, que son todos aquellos que nunca salen en la tele. Y aunque salió cruz, nunca la élite europea y la cuarta categoría del fútbol español estuvieron tan cerca: separadas por una mísera muerte súbita de una tanda de penaltis.