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Manuel Santana, el pionero de los pioneros

A primeros de los sesenta, el deporte español se reducía a lo que un día escuché citar como ‘la trilogía clásica’: fútbol, boxeo y ciclismo. Era un deporte áspero y en cierto modo feroz, donde de los futbolistas se esperaba pierna dura y pelo en pecho, de los boxeadores que siempre fueran al frente, de los ciclistas que afrontaran sin compasión por sí mismos carreteras agujereadas y puertos interminables. Lo demás eran deportes de ricos, lo que incluía los de motor, o de patio de colegio. Poco o nada sabíamos de ellos. Sólo futbolistas, boxeadores y ciclistas competían con los toreros en las conversaciones interminables de las peluquerías.

Aquello lo rompió Manolo Santana, el simpático muchacho de dentadura desbocada que empezó como recogepelotas. Ya había ganado dos Roland Garros y aún no sabíamos que existiera. Fue entonces cuando se anunció que los mandamases de TVE decidieron ofrecer un España-Estados Unidos desde el Club Tenis Barcelona. No le hubiéramos prestado atención de no ser porque los americanos llegaron con su propia comida y bebida, por miedo a la insalubridad de la española. Aquello fue una sacudida que nos llevó a todos a buscar una pantalla desde la que insultarlos. Esos tres días descubrimos el tenis, descubrimos a Santana, nos abrimos a otro mundo.

El tenis se convirtió en un producto estelar de la televisión, con Santana dictando sus lecciones de geometría, suavidad y gentileza para con el vencido, al que el ganador siempre felicitaba saltando la red al final del partido. La personalidad de Santana y su juego ingenioso y bello fueron el mejor envoltorio en que pudo llegar a nuestras manos ese fascinante deporte y nos predispuso a más novedades: el baloncesto con Emiliano, las motos con Ángel Nieto, el balonmano con Perramón, el golf con Ballesteros… Héroe tras héroe fueron rompiendo el cerco de la trilogía clásica, escalando las portadas y las conversaciones. Él fue el primero.