Aprender a esperar
Hace un tiempo Gorka Ellakuría explicó una escena de una niña que le preguntaba a sus padres por qué las piedras rebotan en el agua y los humanos, no. Los padres no respondieron. “La mayoría de niños se convierten en adultos que hacen peores preguntas (y piensan en chiquito) quizá por ese silencio”, reflexionaba Gorka. Una situación diferente me encontré el domingo en Cornellà. Sólo empezar el partido, el niño de detrás de mí le dijo a su padre lo mucho que le molaba el estadio porque en el marcador podía ver cuánto quedaba y ya de primeras le preguntó qué harían en la media parte. El padre rio y le respondió que no les quedaba otra que esperar, por desgracia. Yo entonces pensé que se apagaría toda la ilusión del niño. Pero no, soltó: “¡Oh, genial, me gusta esperar!”.
No fue hasta acabar el partido que entendí la profundidad y la inteligencia del “me gusta esperar”, que va mucho más allá del conformismo. Saber esperar es imprescindible para alcanzar algo parecido a la felicidad. Y yo, que me repito sin resultado aquello de Santa Teresa de que la paciencia todo lo alcanza, me precipité y en la media parte escribí a Gorka la siguiente ingeniosa observación: “Por cierto, Yangel no mejora a Romaric”. Se lo envié a Gorka, pero bien podría haber hecho un tuit o escribir un artículo partiendo de esa absurda teoría, que ya en su momento escribí que tenía manía a Sergi Gómez y ahora me empapo cada vez que celebra con Cabrera cualquier acción defensiva; gesto raro en un deporte donde sólo se celebra lo ofensivo. Pues bien: Yangel marcó y entonces recordé que lo peor de hacer el idiota es no darse cuenta y lo segundo peor es cuando te das cuenta de que has hecho el idiota.
Yangel bien merece una espera, al parecer. Su cesión fue algo discutida porque el Espanyol la consiguió cuando el venezolano aún estaba lesionado y no pudo debutar hasta la jornada 10. Al quinto partido ya ha marcado un gol de la victoria. El domingo traté de sacar conclusiones de una primera parte espesa y aburrida. Y mientras el niño de detrás, con los blanquiazules un tanto ahogados y despejando de forma terrible, consideraba que el Espanyol estaba jugando “muy bien”, yo, que ya pienso en chiquito, buscaba la forma de odiar un poquito, por aquello de las risas. El pesimismo anticipado puede ser útil pero encoge el corazón. Así que voy a intentar aprender a esperar.