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Un hierro demasiado caliente

Un entrenador recién fichado siempre genera ficciones. Más aún si hablamos de un viejo ídolo, como Xavi. Qué aficionado, medianamente deprimido tras una malísima racha, no está dispuesto a suspender la incredulidad y confiar en que todo empezará a ir bien con la llegada del nuevo técnico, desde el primer día, sin más. En fútbol, una de las reglas secretas exige confiar en los milagros, aunque se evite llamarlos milagros.

Todos de vez en cuando estamos necesitados de ver espejismos; son reparadores. Pasa como cuando se avería algún aparato en casa, y la desoladora idea de llevarlo a arreglar, o hacerlo tú mismo, te hace confiar ciegamente en que si te acuestas, te cubres, te das la vuelta para el otro lado y te duermes, durante la noche la realidad volverá sola a su estado original, y el aparato funcionará de nuevo, sin tocarlo. En ese delicado estado se encuentra el aficionado del Barça: desesperado por creer en algo que pueda salir bien, aunque no sepa cómo. Le basta el milagro, donde los hechos se ponen de cara sin necesidad del entendimiento.

Hace tiempo que entrenar al Barcelona, con eso de que es más que un club, no como los demás, te exige haber nacido para ello, y tener costumbre desde niño de combinar palabras como "Cruyff", "posesión", "estilo", "balón", "seis-cero", y entregarse al ideal de que hay algo más importante que el mero resultado final, siempre y cuando el resultado sea favorable. Pero ya casi no quedan clavos ardiendo a los que agarrarse. Tal vez uno de ellos sea Xavi. Aunque las cosas demasiado calientes dan miedo; pueden dejar de ser metáforas de salvación. Hace años, el amigo de un amigo llegó borrachísimo a casa, y diciendo que era Lucifer. "Soy Lucifer, soy el mismísimo diablo", proclamaba. Su padre le metió la cabeza debajo del grifo. Cuando parecía que al fin se tranquilizaba, comenzó a gritar: "¡Estoy en el infierno!", "¡Ardo en el infierno!", "¡Me quemo!". El padre no entendía nada, hasta que empezó a salir humo de la cabeza del chaval. Rozó el agua y comprobó con horror que hervía.