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Cuando el fútbol es un estado de felicidad

Una victoria sobre Italia siempre concede prestigio. Una victoria en Milán, lo redobla. Una victoria sobre la campeona de Europa es un éxito que debería de acabar con las dudas que planean sobre la Selección, sujeta durante los últimos años a un ciclo doblemente derrotista: en el campo y en el entorno.

Hace tres meses, en Wembley, España perdió contra Italia en la tanda de penaltis, pero fue tan superior que se infiltró en la piel de los italianos. Ganaron, pero se reconocieron inferiores. De eso habló el partido de San Siro. Italia es el campeón de Europa, no había perdido en los últimos 37 encuentros y dispone de una excelente colección de jugadores. Es un equipo que ha roto con algunas de sus tradiciones más conservadoras y propugna un juego atractivo, sostenido por varios jugadores de gran categoría.

Mediada la segunda parte, el realizador de televisión ofreció un plano del banquillo italiano. Aparecieron Jorginho, Insigne y Verratti, jugadores referenciales en el Chelsea (campeón de Europa y líder de la Premier League), Nápoles (líder y ganador en las ocho jornadas disputadas en la Serie A) y París Saint Germain (el portaviones construido con billetes qataríes). Cualquier equipo sentiría envidia del centro del campo italiano.

Italia consideró cerrada su larga crisis –no acudió al Mundial 2018 y fue eliminada en la primera ronda en 2010 y 2014– con la reciente conquista de la Eurocopa en Wembley. España afrontó el partido con las polémicas de costumbre, algunas ridículas como los reproches a Luis Enrique por no convocar a jugadores del Real Madrid, donde sólo Lucas Vázquez, Nacho y últimamente Miguel Gutiérrez son titulares en una defensa que no funciona. O la vieja letanía del delantero centro en un país que desde muchos años no alumbra goleadores de raza.

Los jugadores de la Selección felicitan a Ferran Torres tras uno de sus goles.
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Los jugadores de la Selección felicitan a Ferran Torres tras uno de sus goles.FRANCK FIFEAFP

España no dispone, ni de lejos, de un Lewandowski, Luis Suárez o Haaland, por no hablar de Messi o Cristiano. En la última década, sólo dos delanteros españoles, Iago Aspas (21 goles en la temporada 2017-18) y Gerard Moreno (23 en la 20-21) han alcanzado la barrera de los 20 tantos en la Liga. El techo de Morata en cualquiera de las tres Ligas (España, Italia, Inglaterra) es de 15 goles (Real Madrid, 2016-17). Garantizar el gol sin verdaderos garantistas no es otra cosa que la ilusión de los que se hacen trampas en el solitario.

Luis Enrique nunca fue una acémila en el campo. Era agresivo y valiente. Disfrutaba del combate. Es su carácter. Lo necesitaba una Selección cada vez más insegura y menos expresiva. Pero más importante era la dirección, el tipo de juego que España requería para levantarse de sus numerosos años en la lona. Desde esa perspectiva, Luis Enrique profundiza en la manera de entender el juego que hizo singular a España.

El partido de España en Milán fue magnífico por control, calidad, despliegue, inteligencia y personalidad. Italia intentó llevar el partido al lado abrupto y a la presión sobre el árbitro. No consiguió descarrilar a un equipo que registró en San Siro una sinfonía coral de fútbol, con destacados en todas las líneas –Simón, Laporte y Marcos Alonso en la defensa, Oyarzabal y Ferran Torres en la delantera– y de todas las edades: Busquets volvió a proclamar su autoridad y vigencia cuando el equipo está junto, ordenado, sin desparrames, apoyado por Gavi, un crío de 17 años recién cumplidos con menos de 300 minutos en Primera.

Gavi jugó como si llevara toda la vida en el fútbol, por juego, soltura, sentido estratégico y carácter. Se vio en Gavi el perfil de la anterior gran generación de mediocampistas. Y se vio en Yeremy Pino al extremo veloz, habilidoso y natural que asusta a los laterales. Se vieron tantas cosas, y todas tan buenas, que la fecha del partido merece apuntarse. Una fecha para volver a pensar a lo grande.