Esperando a Hernández

Si todo en la vida fuese al ritmo que nosotros queremos, este que les habla ya sería un humilde jubilado con una manta sobre las rodillas, una copita de Napoleón siempre a mano y tamaña pantalla de televisión que los vecinos saldrían a saludar mi felicidad desde sus ventanas con gafas de sol: hasta ahí el terreno de unos sueños que, como la reacción de Laporta, el adiós de Koeman y la segunda venida de Xavi Hernández, todavía -parece- tendrán que esperar.

Tenemos tiempo, que no es poco. Y en parte se lo debemos a una Liga que palidece frente al espectáculo que nos llega desde Inglaterra cada fin de semana, con un Madrid verbenero en defensa, un Atleti desacelerado con respecto al inicio del curso pasado, y un Sevilla que se sigue despistando cuando los focos le apuntan directamente a la cara. Estar a cinco puntos del liderato -con un partido menos- es casi un milagro para el desempeño de un equipo que, ahora mismo, parece una sala de espera (puede que la de un dentista, aunque no debemos descartar la del oncólogo). Algo no va bien en ese organismo supuestamente vivo que es el Barça y los culés seguimos fiando todas nuestras esperanzas a la espera de una segunda opinión.

Después de deshojar un centenar de margaritas -algunas bellísimas desde un plano puramente estético, como en el caso de Andrea Pirlo- la decisión parece tomada y el hijo pródigo regresaría a casa antes de final de mes. Después de un lujoso Erasmus en Qatar, donde tuvo tiempo incluso para comparar democracias, el mayúsculo Hernández se siente preparado para hacerse cargo de una nave necesitada de capitán y el correspondiente manual de instrucciones. A Xavi se le respeta por lo que fue pero se le desea por lo que puede llegar a ser. Y no será Guardiola, por más que abusemos de las comparaciones. Como tampoco Pep era Johan Cruyff y, vaya, que ni tan mal.

Su fichaje sería el primer golpe sobre la mesa de un Laporta que ya no puede esperar más. O que no debe esperar más, mejor dicho. Porque una cosa es que yo me pase los días soñando con un retiro tranquilo y otra, muy distinta, que la presidencia del Barça se pueda convertir en un centro de día donde aparcar al mito que edificó la leyenda: deja las mantas y el Napoleón para los mortales, Jan.