Djokovic se desmorona
La capacidad de soportar la presión, o incluso de revertirla a favor, marca diferencias en el deporte, pero ni siquiera los grandes campeones, aquellos que escriben páginas legendarias, están exentos de sucumbir a sus perjuicios. Un deportista tan experimentado y laureado como Novak Djokovic lleva más de un mes deshecho por la carga que le ha provocado la búsqueda del Golden Slam. Después de conquistar Wimbledon, el serbio vio abierta la posibilidad de completar la gesta con el oro olímpico y con el US Open. Deportivamente, estaba en su mano. Físicamente, había alguna duda, pero se cuidó. Mentalmente, siempre se le vio fuerte… Pero no. Al final se agrietó por el lugar menos pensado. Nole acabó desquiciado en Tokio, fuera de sí. Y en Nueva York se quebró del todo, en el momento clave, en la final, donde la agresividad de entonces se transformó en lágrimas de impotencia. Djokovic lloró durante y después del partido, cuando vio su sueño roto. Ni Golden Slam, borrado en los Juegos, ni Grand Slam en un año natural, ni el récord absoluto con 21 majors. Todo se fue a pique.
Los deportistas son humanos, aunque a veces nos puedan parecer máquinas de repetición. El llanto de Djokovic mostró ese rostro al que estamos menos acostumbrados, lo normal en él es romper raquetas, pegar pelotazos, ralentizar el ritmo con triquiñuelas… Así es como ha sabido lidiar la presión en otras ocasiones. El domingo fue incapaz. Enfrente tuvo a un oponente superior, Daniil Medvedev, el primer tenista de la NextGen que logra frenar a un miembro del Big Three en un Grand Slam. El serbio le había sometido este mismo año en Australia. Igual que había domado a Stefanos Tsitsipas, Matteo Berrettini y Alexander Zverev en finales y semifinales de los grandes. Nole era invencible para la nueva generación. Ya no. Incluso él, quien menos esperábamos, puede claudicar ante la presión… y el buen tenis.