Chamartín, patria querida
En Madrid todo era zaragatero y triste, como diría Machado. Cárceles llenas, hambre en las casas, fusilados a diario y racionamiento para el pan, azúcar, aceite y tabaco. Un soñador se rebeló ante esa situación en 1944 y decidió darle ilusión a la gente con un nuevo estadio: "No ha habido ningún mecenas que diese el dinero. Lo ha dado el público que es el que estaba ilusionado con el fútbol". Santiago Bernabéu soñó la felicidad y el banquero Rafael Salgado dio el crédito del Mercantil para construirla. Hoy tomaré cervezas del bar Orsai en la calle que lleva el nombre de ese banquero, junto al fondo norte de Chamartín. Madrid ya no es la "devota de Frascuelo y de María, de charanga y pandereta", que rabió Machado pero se le ha parecido peligrosamente durante dos años pandémicos duros, que han recordado ese olor a "cerrado y sacristía".
La inauguración del estadio en diciembre de 1947 sirvió para escribir en las enciclopedias del club el nombre del que provocó el primero de los famosos estruendos de celebración de gol del nuevo recinto. Sabino Barinaga había nacido en Durango en 1922 y había salido de España en el barco Habana como otros miles de niños de la guerra vascos. Llegó a Southampton donde llegó a ser un predecesor de Le Tissier antes de fichar por el Real Madrid. Tenía que ser un representante de la España republicana el que cerrara el círculo del sueño de Bernabéu. Una demostración de que hay pocas instituciones que hayan conseguido derretir el corazón helado de las dos Españas como el Real Madrid Club de Fútbol.
Hoy volvemos los imprescindibles de Bertolt Brecht a la grada. Siguiendo las tradiciones que tanto temía Fabio Capello, perderemos. El italiano censuraba los homenajes y saques de honor porque despistaban. Y lo que se vivirá hoy no será un previo, sino una visita a la casa piloto hasta arriba de LSD. Pero da igual porque ya hemos ganado. En el campo los mismos 11 cabrones de JB, todos importantes, ninguno imprescindible, que decía Lorenzo Sanz. No está Mbappé, ¿y qué?