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Hay un documental maravilloso titulado 'Los últimos proletarios del fútbo', de los directores Martin Jönsson y Carl Pontus Hjorthén, que cuenta la historia del último equipo no profesional en ganar un título europeo. Fue el IFK Göteborg sueco, con Sven-Göran Eriksson y un plantel de jugadores amateurs que compatibilizaban los entrenamientos y partidos con trabajos convencionales. Aquel equipo venció al muy poderoso HSV Hamburgo la final de la Copa de la UEFA de 1982.

Un detalle que me fascinó cuando vi la película es que los suecos afirmaban que tener empleo les hacía mejores jugadores, que trabajar de bomberos, tenderos u oficinistas mejoraba su rendimiento. Se referían especialmente al plano mental. Argumentaban que, si solo jugaran fútbol, los días serían largos y probablemente aburridos y el tedio se haría con ellos y eso sería fuente de problemas. De hecho, uno de los jugadores jóvenes, que estaba desempleado, se lamentaba ante la cámara de que esto hacía que le costara tener la cabeza centrada.

En estos tiempos en los que la práctica totalidad de los jugadores son tratados como superestrellas del rock y tienen un séquito de personas que no les dejan dar un paso que no sea supervisado, que cada día les preguntan quinientas veces a ver qué tal se sienten, que les impiden tener una noción de la realidad y del mundo en el que viven, la idea de aquel IFK es reivindicable. En lugar de pasarse el día mirándose el ombligo o, peor aún, enseñándoselo a todo el mundo en Instagram, qué bien les vendría a muchos jugadores tener una ocupación en el día a día que vaya más allá de ellos mismos.

Además, el mundo les necesita. Cuánto podrían hacer por el bien social o contra el cambio climático, por ejemplo, si estuvieran dispuestos a mancharse las manos... ¡Pero, no argumentemos por ahí! Centrémonos en el rendimiento. A veces, para estar bien hay que dejar de pensar si efectivamente lo estamos o no. Para ello lo mejor es tener una ocupación. Etimológicamente, de hecho, pre-ocupación es lo que antecede a la tarea. Dicho de otro modo, como decía mi abuelo: ¿estas triste? Pues, ¡a currar!