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Hemos pasado un par de días con un amigo al que quiero mucho y sus tres pequeños. El mayor de ellos se llama Nico. Es un niño de nueve años de mirada inteligente y sonrisa franca. Es futbolero y del Real Madrid y del Espanyol. Mi amigo y yo teníamos planeado juntar a los guajes —la expresión es suya—, desde hace tiempo. Oihan, el mayor de mis pequeños tiene diez años, mirada inquieta, sonrisa enorme y es del Athletic. ¿Qué tal se llevarían?

Han sido un par de días maravillosos de paseos, juegos de mesa, sol y fútbol. Días de verano en los que mi amigo y yo hemos conversado de nuestros temas de adultos (el futuro, la hipoteca, el trabajo) mientras los peques confraternizaban en torno a una pelota con sus charlas de niños (fichajes, mejores jugadores, medias del FIFA). A ratos nos consultaban algunas cuestiones: cuántas Champions tiene la Juve; si todos los equipos ganadores de una se ponen la estrella en el escudo; quién fue el mejor portero de la historia.

Observándoles, recordé cuando tenía su edad y el del fútbol era un mundo fascinante que descubrir a través de partidos en el recreo, relatos de los mayores, encuentros en televisión o el estadio. Pronto se convirtió en ese territorio del hincha que he habitado siempre y en el que, sobre todo, he tenido la suerte de encontrar personas que admiro y quiero.

Algunas de esas personas son seguidores de equipos que no me son simpáticos. De pequeño me fascinaba encontrarme con chicos de mi edad que eran hinchas de esos equipos. A mis ojos, resultaban exóticos, como habitantes de tierras lejanas. Me gustaba comprobar, no obstante, que el mundo era diverso, y los freía a preguntas: quién era su mejor jugador, qué cantaban en el estadio, cómo era su camiseta.

Creo que la pelota es un lugar de encuentro. Me ha encantado ver estos días a Nico y Oihan como si fueran amigos de toda la vida porque comparten esa gran pasión, cada uno desde sus colores. Creo que los dos, desde hoy, tendrán cierta simpatía por el equipo del otro. Una simpatía nacida en la amistad. Como les sucede a sus padres. Bien pensado, era previsible, tratándose de nuestros niños. Al fin y al cabo, son Hijos del fútbol.