El señor de la fila 17 recuperó su sonrisa
Lo sucedido en el césped, que fue una novela de mil páginas, queda en un segundo plano después de que siete mil personas hayan visto al fin la luz al final del túnel. Después de un año y medio de confinamiento futbolístico, Balaídos volvió a sonreír. La cara de la gente era la de un niño abriendo los regalos de su primera comunión, una emoción inenarrable. Hasta un señor mayor, fiel a su vetusto transistor, se acercó para preguntarme dónde se sintonizaba el fútbol. Hasta los diales han cambiado. Ese señor que llegó con antelación, buscó su butaca, en la fila 17, con el vértigo de no encontrarla y se acomodó dispuesto a disfrutar de la preciosa tarde. Acabó sufriendo, pero es un sufrimiento que revitaliza, incluso cuando uno acaba perdiendo.
Las palmas de la gente se rompieron ya antes de empezar la batalla, porque eso fue, una batalla en cada baldosa. El homenaje a los medallistas olímpicos Portela, Peleteiro y Rodríguez fue tan intenso como merecido. Arrancó el balón y la grada empezó a gozar con la intensidad de los suyos. El Celta no se achicó ante el campeón. Le trató de tú a tú, pero en las áreas se notó la diferencia. Aún así, Aspas tuvo la gloria en sus botas. Falló la que nunca falla. Y aquel señor se revolvió en su asiento para sonreír. Sí, para sonreír. Porque no hay mayor victoria que recuperar la normalidad, de regresar a la rutina de enfadarse o alegrarse por el Celta.