NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

A la sombra de los grandes chopos

Hace no mucho mi hijo pequeño, que ahora tiene seis años, odiaba el fútbol. Cuando el mayor y yo veíamos un partido, se plantaba frente a la tele, levantaba las manos en señal de protesta, y gritaba: "¡fútbol no!". A veces nos robaba el mando, apagaba la pantalla y salía corriendo. Era todo un activista. Como uno tiene una cierta responsabilidad en esto de educar a los niños, le llevé varias veces a San Mamés a ver si se le curaba aquella animadversión del todo intolerable. El santo intervino y la terapia de cánticos, goles y paradones hizo efecto. Una tarde, al volver de la ikastola, afirmó muy serio: "aita, yo soy portero".

Desde ese día pasa las horas en la calle con sus flamantes guantes. Antes de empezar a jugar se pide Unai Simón y después, impasible al desaliento, insensible al dolor, recibe los balonazos de su hermano. Sus rodillas dañadas son medallas. Cuando nos sentamos a dibujar, él se retrata haciendo paradones. Hemos visto un montón de partidos juntos en esta Euro. Cuánto los he disfrutado. Se sienta a mi lado y durante los noventa minutos me ilustra con sus comentarios técnicos sobre los guardametas. Dice: "aita, Courtois es muy bueno". Pero después matiza: "aunque no tanto como Unai Simón".

Anteayer organizamos un partido y se pidió jugar de chopo. Me encantó escucharle. Les expliqué a él y a su hermano que en Bizkaia decimos así al puesto de portero porque ese era el apodo del más grande de todos los que ha habido: José Ángel Iribar. Me preguntaron si le conozco. Asentí orgulloso. Les enseñé mis manos y les expliqué que las suyas son el doble de grandes y que Eduardo Chillida las convirtió en arte. Después aproveché para hablarles de otros grandes chopos: Zubizarreta, Valencia, Iraizoz, Biurrun.

No pude ver la prórroga ni los penaltis del partido de España. Pero cuando llegué a casa, el pequeño salió corriendo a recibirme y me contó la gesta de su héroe. Gritaba: "¿Qué te dije? ¿Qué te dije? ¡Es el mejor!". Después se enfundó los guantes y bajamos a echar unos chutes, con dos árboles haciendo de postes. Se pidió, claro, Unai Simón. Aquellos árboles eran dos ciruelos japoneses, pero la sombra que cobijaba a mi hijo esa tarde de verano era otra, era la sombra de los grandes chopos.