Quiero dejarme llevar

"Fue un accidente", explicó con ligereza Unai Simón sobre su ruidoso error ante Croacia. Vaya por delante mi comprensión para todos los porteros que alguna vez hicieron el ridículo frente a las gradas repletas, pero creo que el fallo de Simón tiene una explicación. Al menos en mi teoría del fútbol según la cual los porteros son más vulnerables cuando les disparan desde lejos. Parece una contradicción, pero ese universo de intentonas fofas encierra más peligro que la vida a bocajarro. Sucede con esos tiritos lejanos lo que con las decisiones vitales que postergamos en el tiempo. Le ofrecen al cerebro demasiado tiempo para enloquecer y acaban matándonos.

Pienso en la cagada de Simón y no me cuesta relacionarlo con los terribles pronósticos que le reservaba la inteligencia futbolística a España antes de que arrancara la Eurocopa. Miro el timeline de algunos conocidos como el que observa los coches reventados en el arcén tras un choque espectacular. Como Simón, mientras el pase de Pedri se demora en encontrar su bota derecha, tuvimos demasiado tiempo para pensar en tonterías. A estas alturas quedan talibanes de Aspas y Sergio Ramos porque en el mundo tiene que haber de todo, pero la Selección y Luis Enrique le están regalando al resto tiempo para recoger cable.

Es bueno que no haya respuestas para todo. Mucho más en el fútbol, un deporte precioso cuando las previsiones saltan por los aires. La Eurocopa, con las mejores selecciones sobre el papel ya enterradas, nos está recordando esa lección que nunca debemos olvidar, pero desechamos cada vez que arranca cualquier torneo. El fútbol es un juego azaroso donde las cuentas solo cuadran en las previas. Cuando el árbitro pita las flechas se retuercen como alambres.

En esas anda esta buena España, encorajinada tras sus errores como Unai Simón tras su monumental pifia. Van pasando los partidos, llegando los goles y encajando las piezas. España tiene el mismo problema que yo con cuarenta años asomándome al espejo de un bar: la nostalgia de lo que fui me hace apartar la mirada del reflejo. La selección siempre ha aparecido en nuestra vida como los amores de verano. Nuestra felicidad con este equipo suele ser tan breve como las luces de la verbena. Pero como ya casi no recordamos cuando fue divertido salir a bailar, es hora de aparcar el cinismo y dejarse llevar.